La corrupción es prohijada desde el poder

Bernardo Ardavín Migoni (yoinfluyo.com)

El sistema político mexicano ha tenido como características fundamentales: el autoritarismo, asumiendo en algunos casos el carácter de paternalismo; el corporativismo, que supone la organización de la sociedad de arriba hacia abajo; todo ello completado con una corrupción omnicomprensiva, que mantiene y acrecienta su prevalencia en el caldo de cultivo de la impunidad.

La falta de educación moral y cívica facilita la corrupción

La falta de educación de calidad –que debe tener un contenido más amplio que el de la mera transmisión de conocimientos, abarcando también la formación del carácter y la personalidad, así como el cultivo de valores éticos–, sin duda constituye una deficiencia que puede facilitar la corrupción.

Esa lacra está relacionada con las deficiencias de la educación en sentido amplio, es decir: la falla en el desarrollo de las virtudes y el rechazo de los vicios. En esta perspectiva, como todos los actos humanos que por ello son libres y comportan responsabilidades, el fenómeno de la corrupción tiene una dimensión ética innegable y, por tanto, cultural.

La corrupción de la política tiene consecuencias catastróficas

La política es la actividad de mayor dignidad, de más alto rango en la sociedad, porque su objetivo es el Bien común. Cuando se corrompe, lo mejor resulta lo peor: la política se prostituye para rebajarse vergonzosamente, para atender los intereses de grupos, partidos y personas, al margen del bien general.

No hay soluciones a medias para daños tan graves. La única salida es una enérgica intervención de la sociedad organizada, de los ciudadanos, para regresar la política a los cauces del Bien común, de la justicia, del Estado de Derecho, del desarrollo y de la paz.

¿Qué debemos hacer?

Esta es una crisis de enormes dimensiones en la que los mejores mexicanos tienen la obligación de organizarse y operar de manera eficaz ante los políticos, legisladores, autoridades y gobernantes para que actúen de acuerdo con la ley. Es una enorme calamidad, pero también una gran oportunidad, si reaccionáramos como debiéramos hacerlo.

En esta perspectiva, el nuevo Pacto sobre Seguridad –que se ha anunciado por parte de representantes de la sociedad, de los partidos y del gobierno– que presuntamente tendría la ventaja sobre el anterior, de una participación más amplia, no sólo de los partidos, sino también de representantes auténticos de la sociedad civil, podría ser un instrumento valioso, siempre y cuando no termine en una visión miope, como mera tabla de salvación de los políticos en apuros, dejando de lado la solución de fondo de esta calamidad política y moral de enormes dimensiones.

Habría que comenzar por hacer efectivo el castigo pendiente a tantos delincuentes que se pasean a sus anchas, gozando de una impunidad que en este contexto resulta insultante e insoportable para todos.