Futuro de México depende de ciudadanos, no de la élite gobernante

Por Raúl Salazar Navarro (yoinfluyo.com)

Orgullosos y convencidos de haber salvado al país de las múltiples amenazas que lo acechaban: el comunismo, con Gustavo Díaz Ordaz, la apertura democrática con Carlos Salinas de Gortari, y de las ataduras históricas que no permitían el desarrollo económico, con Enrique Peña Nieto, lo cierto es que detrás de estos personajes hay un gen demencial, autoritario y corrupto, heredado por el sistema político mexicano, que es su progenitor.

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Ya es motivo de su elección, en plena libertad, como diría don Daniel Cosío Villegas, su estilo personal de gobernar.

Cabe aclarar que la aseveración anterior, vale también para los ex presidentes de la República del PAN, de quienes en esta ocasión no me voy a ocupar, pues fueron una concesión negociada en los más obscuros laberintos de la realpolitik de la geografía del poder mundial, y, también, desde luego, aplica para los demás gobiernos de los tres niveles y de cada uno de los partidos políticos que existen en el espectro nacional. Son hijos del mismo padre, pues madre no creo que tengan.

En las sucesivas alternancias en el poder, los gobiernos en turno, sin que les importe el incumplimiento de sus promesas de campaña y de sus bases doctrinarias, procuran imponernos sus propias ideologías, a costa de lo que sea, y tristemente dejar, si es necesario, su huella de sangre en el camino.

Luego de la ejecución de sus actos de gobierno (de barbarie), legaloidemente obtenido en las urnas, para mantener el orden, aplicar la ley, consolidar las instituciones y preservar la paz pública, asumen tardíamente la responsabilidad de los acontecimientos.

Con una verborrea amplificada por los medios de comunicación -en su mayoría maiceados por el gobierno- pretenden legitimar sus decisiones, a todas luces contrarias a los derechos humanos que tanto presumen de respetar. No alcanzaríamos en este espacio a enumerar los casos de magnicidios, represiones brutales, ejecuciones extrajudiciales, asesinatos a mansalva y encarcelamientos por motivos políticos, que se han dado en nuestro suelo patrio.

Me pregunto: ¿qué hubiera pasado si en lugar de reprimir y asesinar a esos mexicanos, hermanos nuestros, llenos de ilusiones, con una manera distinta de pensar, los gobiernos de los municipios, de los estados y de la República, hubieran tenido gestos de acercamiento, de escucha y de sincera interlocución, con los otros?

Pienso que hubieran llegado a acuerdos que habrían abonado al Bien común. Y cuando se actúa así desde el vértice del poder, se transparentan las relaciones en todos los estratos de la sociedad. Se legitima el quehacer gubernamental. Se crea ciudadanía, pues sin lugar a dudas se brindan incentivos para que luchemos diariamente por ser auténticos, justos, libres en espíritu, mejores personas, trabajadores, solidarios, piadosos, almas grandes, productivos, plenos, alegres, felices.

¿Qué tenemos hoy? Todo a medias. Derechos humanos todavía pisoteados, un sistema político con grandes fallas, una economía que no crece, un narco-Estado cuyas correas comienzan a reblandecer todo el edificio.

Conclusión:

Que la crisis actual sea el momento para iniciar un camino hacia la madurez institucional y ciudadana. Todas las instancias y las personas que podamos, eduquemos en valores a las nuevas generaciones. Reafirmemos nuestro comportamiento como seres humanos únicos e irrepetibles. Libérese cada quien de los moldes culturales nocivos que se nos han querido implantar desde los poderes entreguistas.

México será un país de primer mundo cuando se incluya a todos sus habitantes en un inédito y moderno esquema de desarrollo nacional.

En lugar de una fosa común, seremos la nueva potencia mundial. La permanente depresión social que nos embarga, por tanta sangre en nuestro suelo, será desterrada cuando los ciudadanos -sin que importe su condición social, raza o religión-, políticos, empresarios, iglesias, sindicatos, industriales, banqueros, instituciones de gobierno, organizaciones sociales y amigos del exterior, hagamos una apuesta común: la mexicanidad universal.