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Los verdaderos orígenes de la imparable contaminación de la capital. Una ciudad sin gobierno

Columna del 20 de mayo del 2019

Los verdaderos orígenes de la imparable contaminación de la capital. Una ciudad sin gobierno

Jorge Miguel Ramírez Pérezjmramirez2019

 

Hace muchos años que la ciudad de México está enferma, hoy padece de una contaminación endémica. El recrudecimiento de sus males no es reciente es creciente. Cuando a la gran ciudad le empezaron a surgir los tumores cancerígenos, fue en los años 60s del siglo pasado; y en ese entonces, hubo visionarios que se anticiparon a poner remedio y salvar a la capital por medio de los instrumentos del buen gobierno.

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Me refiero a dos personajes que coincidieron en esa década: uno, político, el hoy olvidado Ernesto P. Uruchurtu, quien fue tal vez el último que gobernó con firmeza a la Ciudad de México, le decían el "Regente de Hierro" su cargo era Jefe del Departamento del Distrito Federal; y la otra, una administradora pública irreprochable con una gran capacidad técnica: la ingeniera Ángela Alessio Robles, la última funcionaria también, en llevar con éxito una planeación racional del crecimiento y desarrollo de la capital, mediante el famoso, por aquéllas épocas: "Plano Regulador de la Ciudad de México".

De manera que a usted mi querido lector, aunque le parezca inverosímil, los males de lo que era la vieja Tenochtitlán, sí tuvieron quienes los enfrentaran, y además, que lo hicieran bien.

Uruchurtu sacó adelante entre muchas cosas, el gran colector, que evitó las inundaciones anuales; renovó las redes de agua potable, los niños tomaban agua de la llave; estableció el reordenamiento y embellecimiento de la ciudad con parques y monumentos que estaban arruinados; acabó con el ambulantaje al 100%; construyó los mercados que existen ahora, entre ellos el de la Merced; pavimentó calles; pugnó con eficacia por la dignificación de la policía y de los servidores de tránsito; y cambió el alumbrado en la principal ciudad del país. Sin una sola práctica de corrupción, ni de él, ni de sus colaboradores.

Doña Ángelita como se le conocía, era una eminencia en el tema de gobernar a través de la planeación urbana. Sin intereses ajenos, todo lo ajustaba al plano regulador y no se autorizaba ninguna construcción que no tuviera cabida en el mismo. Se tenía calculado en dicho plano, todo: el suministro de agua, el drenaje, la recolección y tratamiento de la basura, la ecología, dijéramos hoy; las zonas de producción agropecuaria y los límites industriales. La dama frenó la mancha urbana por lustros y literalmente esa ciudad era la región más transparente.

¿Entonces, qué pasó?

A la Robles y a Uruchurtu, los querían los ciudadanos y los odiaban los demás corruptos que se unificaron. No se permitían los negocios oscuros, y menos fraccionar donde no se podía.

Entonces fue que los empresarios inmobiliarios y los políticos que los apadrinaban, fraguaron un golpe: y provocaron que el Regente sacara a invasores dizque populares, mediante la fuerza, y de ahí, le midieron los temores a Díaz Ordaz, que lo cesó. Después le iban a repetir el circo, pero más violento, en la sucesión presidencial; con los resultados funestos que el 68 acarreó.

Pero desde el momento que cayó Uruchurtu de inmediato, salieron a relucir las autorizaciones en toda la ciudad; no solo los Rivera Torres eran los fraccionadores, sino también los sindicatos hicieron sus colonias y acabaron con la zona verde, con alfalfares y con cuencas lecheras. Los pueblos: Iztapalapa, Tláhuac, Xochimilco y los demás, desaparecieron con su perfil risueño y provinciano ante las hordas de migrantes internos, que abandonaban un campo que hasta con Echeverría, fue productivo y autosuficiente alimentariamente.

Al final de ese sexenio había 500 colonias llamadas proletarias en el DF, hoy debe haber 200 veces más que eso. Hank González y los atlacomulcas a partir de la caída de Uruchurtu, se fueron recio y el cinturón de la capital lo atiborraron de gente que comenzó el proceso de ruralizar la urbe: en el lecho del lago de Texcoco, mediante Romero, un testaferro, hicieron Neza y otras aberraciones urbanas.

La triste historia de la ciudad con un plan sacado de la cabeza de funcionarios honestos, fue a parar en el desmadre que es hoy. Una ciudad que tenía límites orográficos, hidrológicos, ambientales y sociales; la han convertido en un conglomerado sin pies, ni cabeza, ni gobierno; no tiene defensores, porque nadie usa el cerebro para ver lo evidentemente inviable.

Una ciudad de espaldas a su realidad, en un pantano que se sigue hundiendo, donde toda obra púbica es incosteable. Sin agua en un futuro cercano; con drenajes invertidos, contra la ley de la gravedad; donde crece tanto el ambulantaje, objeto de moches masivos, como la basura de manera apocalíptica; y donde la gente se la pasa en algún automotor seis horas diarias.

Una ciudad donde se alienta el hacinamiento, abaratando el ineficiente transporte, donde se promueven las marchas y los bloqueos a sus vías, hasta por ocurrencias deportivas; donde vivir ahí, es cada día una demostración fehaciente de que la irracionalidad colectiva, no tiene ni para cuando cambiar.

Hoy, la ciudad de México es importante únicamente para el apetito electoral y para seguir en la insistente política de centralizar todas las decisiones. Allí todo se vale, es tierra del mejor postor y de protestas variopintas.

Ahora la contaminación galopante, parece que tampoco hará mella para que la gente apele a lo racional y tomen otro rumbo por su bien, como en muchas urbes del mundo donde los políticos y los habitantes si entendieron, que tenían que ponerse las pilas y revertir los daños.

Es la segunda llamada fuerte, la primera fue el sismo del 85 y ni se percataron que los rastros del desastre fueron los de las obras públicas mal hechas, como las de la poca profundidad en el trayecto de la línea uno del metro, que por cierto Uruchurtu se opuso y que dejó a la ciudad chueca.

Y a grandes males, grandes remedios, lo que urge es la acción de un gobierno racional, que sin miedo tome decisiones; en verdad completas y complejas, porque la era de las aspirinas del tipo de "no circula" son remedios precarios, que ante la dimensión de las amenazas que esta semana se presentaron, son de risa.