JMJ Rio 2013 un acontecimiento de caracter apoteosico

La Jornada Mundial de la Juventud es un acontecimiento que invariablemente ha reunido a multitudes ingentes de jóvenes, desde su creación
por el Papa Juan Pablo II, quien replicó la que, en su tiempo, fue realizada por Paulo VI. Su importancia sociológica y religiosa es indiscutible. No
existe otro evento similar donde millones de jóvenes acudan de manera voluntaria y entusiasta, corriendo cada uno con los costos de su traslado
desde sus países de origen hasta el lugar de la cita. Muchas de esas reuniones han sido precedidas por una nube negra de pesimismo crítico y
punzante, generada por algunos medios que han pronosticado una audiencia escasa, una recepción indiferente cuando no hostil en el país
anfitrión, y un rechazo de los jóvenes convocados, porque les invita una institución religiosa que se califica de obsoleta, arcaica e insostenible en
el mundo moderno, debido a la presunta imposibilidad de conciliar sus planteamientos doctrinales y éticos con la filosofía materialista
preponderante en el mundo global del siglo XXI. El escepticismo de los comentaristas se ha agudizado cuando la convocatoria se ha formulado
para celebrar la reunión, por ejemplo, en el paraíso del liberalismo y el relativismo: Estados Unidos. O en el país representante por antonomasia
del espíritu revolucionario y laico: Francia. O en la otrora católica España que tiene un número creciente de abortos y cuya tasa de natalidad se
encuentra muy por debajo del crecimiento poblacional necesario para conservar al pueblo hispano, que será irremediablemente sustituido por
turcos y árabes, cuyos inmigrantes crecen en la Península Ibérica a tasas cinco y hasta siete veces mayores a la prevaleciente entre los
españoles autóctonos. O como ocurrió en esta última ocasión cuando la invitación se hizo para ir a Brasil, el gigante de América que acusa una
notable disminución de los que se confiesan católicos, fenómeno acompañado del crecimiento de otras iglesias como los Pentecostales.
Además, muchos practican una mezcla de cristianismo con ritos espiritistas y animistas, cuya conciliación con la ortodoxia apostólica y romana
resulta harto difícil. En el Brasil que heredó el catolicismo del pueblo lusitano los que no confiesan religión alguna son el 7.4 por ciento. Los
espiritistas son el mayor número en el mundo y aun cuando sólo representan el 1.3 por ciento de la población, acompañados de ritos afrobrasileños
que practica el 0.3 por ciento, tienen una penetración en grupos de católicos y protestantes que ha dado lugar a un sincretismo
generalizado que ha llegado a caracterizar a una parte importante de su población. El catolicismo ya es tan sólo la religión del 74 por ciento y los
protestantes, que han crecido notablemente representan el 15.4 por ciento de la población. Las repercusiones de la jornada juvenil en Brasil son
múltiples. Desde luego la más importante es de carácter religioso porque el Papa Francisco -de muy reciente elección, apenas en marzo de este
año, como consecuencia de la insólita renuncia del ahora Papa Emérito Benedicto XVI- es el primer papa latinoamericano, el primer jesuita, el
primero que toma el nombre de Francisco y se pone bajo el patrocinio del pobre de Asís. El nuevo obispo de Roma tiene un estilo evidentemente
austero, espontáneo, sin afectación, y se dispone a realizar cambios formales y estructurales en la Iglesia para enmendar numerosos y, algunos
graves, entuertos conformados por desviaciones y corruptelas que han sido causa de justificado escándalo y vergüenza entre los católicos, y de
vituperio y desdoro de la institución a los ojos de numerosos críticos. Los cambios que realice Francisco seguramente estarán orientados a
facilitar la invariable y secular misión de la Iglesia, de llevar a todos los rincones de la tierra al Dios de su Fe, a Jesús de Nazaret, el Cristo, Dios
y hombre, ejecutado en la cruz que garantizó con su muerte la libertad de todos, y que resucitó como primicia de la salvación del género humano
y, del goce de la vida eterna a la que está destinado.