Hartazgo en púrpura…

Enrique Aranda (Excélsior)

Más allá de la explícita intención de la jerarquía católica de llamar la atención sobre la gravedad de la crisis generada tras los lamentables acontecimientos de septiembre en Iguala que, amén la muerte de seis jóvenes, derivó en la desaparición y (eventual) asesinato de 43 normalistas de Ayotzinapa, y de forzar a la autoridad a asumir acciones más contundentes para tratar de superar la misma, es por demás claro que la proclama signada por cardenales, arzobispos y obispos encabezados por Francisco Robles Ortega, en su pasada plenaria, constituye una severa llamada de atención al gobierno y una muestra fehaciente del hartazgo de muchos por la compleja situación que enfrentan en sus respectivas diócesis.

Y esto, no sólo porque como pastores que son deban tomar conocimiento e intervenir, no con escasa frecuencia, en la solución de problemas de su feligresía sino, esencialmente, por el paulatino agravamiento de las condiciones en que, se sabe, sacerdotes, diáconos y miembros de las diversas comunidades, deben cumplir sus habituales tareas porque si bien poco se habla de ello, no es menor el número de religiosos que, en los últimos 12 o 24 meses, han perdido la vida a manos del crimen organizado al haberse negado a ceder a extorsiones o exigencias de cancelar toda denuncia sobre su ilícito actuar.

Sólo en la diócesis de Altamirano, en Guerrero, o en aquella que tiene por sede al otrora paradisiaco Acapulco, el número de sacerdotes muertos a manos de la delincuencia podría superar la media docena, igual que casi un centenar el de los extorsionados en la ahora atribulada entidad, en Michoacán, Morelos, el Distrito Federal. Los casos de excepción son en verdad mínimos, excepciones a lo que parece haberse tornado una regla.

Por ello es que, como mencionamos en su oportunidad, a nadie debiera sorprender la dureza de los términos con que el papa Francisco se refirió a los hechos de Ayotzinapa ni, menos, los utilizados por la jerarquía local que, amén de su casi ignorado: “¡Ya basta!, no queremos más sangre… (ni) más muertes… (ni) más desaparecidos… (ni) más dolor y venganza”, refirió —casi de pasada— a las “miles de víctimas anónimas” del crimen organizado y su impune actuar en connivencia, en no pocos casos, con funcionarios corruptos de los tres órdenes de gobierno.

Por ello entonces, por lo que parece haber animado a la jerarquía católica a signar el sin duda severo pronunciamiento, es que debería atenderse al llamado que concluye el mismo y que, amén de plantear la necesidad de aceptar que, hoy, “es momento (ya) de pasar de la protesta a la propuesta” y a “que nadie esté como buitre, esperando (a ver) los despojos del país para quedar satisfecho”, explicita la generalizada convicción de que: “Estamos en un momento crítico. Nos estamos jugando una auténtica democracia que garantice el fortalecimiento de las instituciones, el respeto de las leyes, y la educación, el trabajo y la seguridad de las nuevas generaciones… a las que no debemos negarles un futuro digno”.  Importante mensaje en su momento…y ahora, más.