Por: Genaro Estrada
¿Cuál es la fecha exacta de esta fundación? Varios autores la refieren al año de 1530 y aún se aventuran a señalar algún día del mes de diciembre. Matías de la Mota Padilla, en su Historia de la Conquista de la Provincia de la Nueva Galicia, página 71, asienta que don Nuño Beltrán de Guzmán estaba en Culiacán el 3 de diciembre de 1530; el erudito don José Fernández Ramírez, en el Apéndice al Diccionario Universal de Historia y Geografía — tomo IX del Diccionario y II del Apéndice, página 525— dice también que el famoso conquistador llegó a Culiacán en diciembre de 1530, y aún hay quien afirma que la fundación fue en el año de 1532, como sucede en el articulo “Culiacán” suscrito por el señor Miguel Retes y que se encuentra en el tomo VIII del referido Diccionario.
El artículo de Ramírez fue un trabajo de encargo, en donde es natural que se hayan escapado algunos errores, y la historia de Mota Padilla, como ya lo hemos dicho, presenta descuidos muy lamentables, especialmente en la parte del siglo XVI; por lo cual nos atenemos al itinerario que presenta fray Antonio Tello en su crónica, y en la cual se encuentran cuidadosamente señalados en marginalias, y a las “Relaciones” publicadas por García Icazbalceta, que deben considerarse, en esta materia, documentos del mayor crédito.
La fundación de Culiacán se efectuó unos días después —muy pocos, aunque no se sabe exactamente cuántos— de la Semana Santa; pero no se puede fijar el mes de mayo de 1531. Los españoles encontraron con que la provincia que llamaban San Miguel de Culiacán era muy abundante en maíz, peces y frutas, que la ciudad se encontraba destruida por el fuego aunque “parecía —dice la “Tercera Relación” — en la multitud de gente que los recibió, no haber pasado por ellos la guerra y apoderándose de dos pueblos que estaban a un tiro de escopeta el uno del otro, en los cuales hubo tanta comida que bastó para todo el ejército tres veces que allí estuvo, y quedo tanto a los vecinos, que para medio año tenían”. Cuando don Nuño se dirigía a tomar posesión de Culiacán, cogió prisioneros a algunos indios, que soltó en seguida para que fueran a llamar a los señores principales del lugar, quienes dando muestras de verdadero pánico, salían al camino a encontrar al gobernador, conducidos en hamacas por sus siervos. Pidióles Guzmán informes sobre la provincia de Culiacán y con los datos que le dieron los caciques formó una lista de más de doscientos pueblos que estaban subordinados a dicha provincia.
Como en San Miguel de Navito, se procedió a nombrar los alcaldes y regidores de Culiacán, y entre los españoles se designaron noventa y seis como primeros vecinos y entre éstos fueron repartidas las tierras de los contornos. Además, se escogieron los soldados encargados de la seguridad de la vida. El primer alcalde de Culiacán, Diego Fernández de Proaño, desempeñó tan mal estas funciones, por su carácter voluntarioso y despótico, que fue causa de un levantamiento de los indios, a quienes había expoliado; fue substituido por Cristóbal de Tapia.
Afirma Fray Andres Pérez de Rivas que los primeros pobladores de San Miguel de Culiacán “fueron muy nobles y valerosos en la guerra”, pero los pobladores indígenas primitivos se distinguían por la diversidad de sus caracteres y costumbres, como se verá más adelante. En aquel tiempo el valle de Culiacán tenía tal cantidad de habitantes “que era la tierra más poblada que en Indias se ha visto”, según unos y “la más poblada que se ha visto en el Mar Océano” y “la más abastada de mantenimiento de maíz y frijoles y ají y pescado, muy abundosa de algodón. En ningún coto ni vedado de señor en España he visto tanta cabeza de liebres y venados adives como en esta provincia”.
La indumentaria de los indios de Culiacán era muy rudimentaria, especialmente la de los hombres, pues algunos andaban semidesnudos, “se cobijaban con sus mantas; no tapan sus vergüenzas: gente bárbara sin ninguna policía”. “Las mujeres eran muy interesadas; dotadas de singular belleza, contrastaban con el impudor y abominables costumbres de los hombres; vestían unas camisas largas que les bajaban hasta los pies, llevaban debajo unas pampanillas y usaban zarcillos de plata —que el oro no lo conocían —, collares de turquesas y pulseras de lo mismo.
Los señores principales usaban también arillos de turquesas en las piernas y en los brazos”. Las casas que los conquistadores encontraron en Culiacán estaban formadas con paja y barro y otras solamente con palos forrados de petates. Esto explica la falta de restos arqueológicos en aquel lugar —Culiacán fue fundado en el mismo lugar que actualmente ocupa y no en Culiacancito —, pues además de que en Sinaloa son escasas las piedras de construcción, el clima de aquellos lugares obligaba a los indios a construir las habitaciones con materiales ligeros que les proporcionaran comodidades para sobrellevar el rigor de la calurosa temperatura.
Los únicos vestigios de aquellas épocas, que todavía se hallan en la región occidental del Distrito de Culiacán, especialmente por Navito, están caracterizados por pequeños fragmentos de cerámica domestica, aunque no es improbable encontrar restos de mayor consideración, porque hasta la fecha no se han efectuado exploraciones formales, no se han hecho estudios por gente entendida en arqueología prehispánica. “Eran las casas —dice la «Primera Relación»— muy largas y bien hechas, y cubiertas de paja por muy gran arte; tenían encima de los caballetes de los tejados a sus inviciones como acá en Castilla, de barro muy pintadas”; y el autor de la “Cuarta Relación” agrega: “tienen muy buenas casas grandes con unas ramadas grandes delante, donde tejen las mujeres su ropa, y los cercos de las casas son de esteras muy grandes, por respeto del mucho calor porque en toda esta tierra tan caliente y más que la isla «Española»”.
La costumbre de cubrir las casas con esteras o petates estaba tan generalizada en la región, que la famosa Petatlán, conquistada poco tiempo después —ahora Villa de Sinaloa —, era llamada así porque todas las casas que en ella había estaban cubiertas de petates. En Culiacán encontraron los españoles la costumbre entre los indios de celebrar grandes y muy animados tianguis, muy parecidos a los que organizaban los indios del valle mexicano; y a ellos acudían multitud de mercaderes de ropa, frutas, peces, diversos comestibles y pocas gallinas, por que éstas eran escasas en los contornos. A estos tianguis se presentaban los comerciantes llevando sus mercancías en una red que suspendían de un grueso arco de madera.