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La Fe como camino (2da. parte y concluye)

¡Oír es la función del oído pero escuchar es la intención del oyente! No se trata de una
escucha cualquiera sino un “abrir el oído” como hace quien está profundamente interesado o
quien no puede permitirse perder una palabra, una señal o un gesto de la persona amada;
escucha a su amado el que ama ávidamente, por eso la fe que escucha es una respuesta al
amor de Dios AMOR QUE SE COMUNICA Y SALVA. Por lo cual, María hermana de Lázaro
estaba a los pies de Jesús y “escogió la mejor parte” (Lc 10,42): la escucha de una auténtica
discípula que no pretende descubrirlo todo enseguida, ni espera revelaciones inmediatas que
eviten el trabajo de la búsqueda sino que el discípulo sabe esperar porque ama y decide
responder poco a poco, como discípulo que crece y madura con la ayuda imprescindible del
Espíritu Santo. Es un llamado a descubrir el propio nombre (encuentro conmigo mismo) y su
misión en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. No basta iniciar al creyente a leer la Palabra o
solo a interpretarla con sabiduría o a citarla frecuentemente; es indispensable suscitar una
convicción y estimular hacia una relación de fe constante, ininterrumpida y perenne, hacia una
respuesta de fe madura que sea mucho más que moralizante o solo devocional o solo cultural.
El discípulo con formación evangélica descubre que la Sagrada Escritura no es un libro a
secas, sino: LA ESCRITURA ES UNA PERSONA, JESUCRISTO, anunciado y esperado en el
Antiguo Testamento; encarnado, muerto y resucitado en el Nuevo y Eterno Testamento. La
Biblia es el libro por excelencia del discípulo de Cristo e interpretada en la Iglesia del mismo
Cristo; ella habla a todos y en cualquier época, aunque fue escrita en un tiempo y modos
determinados explicita la Revelación que viene de la Eternidad y por eso es actual y perenne
(Romano Guardini, Elogio del Libro). Discípulo maduro de Cristo: ¡escucha al Señor y vivirás!