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El mundo en tiempos críticos

Laura Rojas (Excélsior)

Lo que sucede en el mundo tiene cada vez más repercusiones sobre la vida diaria de las personas. Nuestro futuro, en mayor o menor medida, está ligado al de otros países, por más distantes que parezcan. Los conflictos en Oriente Medio impactan el precio de la gasolina que usamos en nuestros autos, y un Estado fallido en algún país africano puede ser un lugar ideal para el lavado de dinero del crimen organizado. El mal manejo de los bancos europeos podría generar una nueva crisis que nos haga perder el empleo. En la aldea global en la que se ha convertido el mundo, estamos tan interconectados que no podemos seguir siendo omisos ante lo que acontece a nuestro alrededor.

El mundo vive hoy tiempos críticos. El conflicto en Ucrania, la guerra entre Israel y Palestina, la crisis de la diplomacia estadunidense, la creciente tensión entre China y Japón, aunados a los enormes retos que la humanidad tiene que afrontar como el cambio climático, la definición de una nueva agenda de desarrollo que reduzca eficazmente la pobreza y la desigualdad, o el problema mundial de las drogas, son claros signos de que un nuevo o, al menos, renovado orden internacional es urgente, a riesgo del colapso.

Tras la caída del Muro de Berlín, quedó atrás el mundo bipolar que enfrentó a Estados Unidos y sus aliados con el Bloque Soviético. Surgió así un mundo unipolar que parecía dar paso a una era de estabilidad y paz, sin los riesgos de una conflagración como la que estuvo a punto de suscitar la llamada Guerra Fría.  Francis Fukuyama se atrevió a decir que habíamos llegado al “fin de la historia” con un ganador definitivo: el sistema capitalista y democrático. Sin embargo, no ocurrió así. Por un lado, el poder estadunidense se vio profundamente mermado en la primera década del siglo XXI: los atentados del 11 de septiembre, las fallidas intervenciones en Irak y Afganistán, la profunda crisis económica de 2008 y el escándalo de WikiLeaks, mostraron los flancos débiles del poder estadunidense. El desgaste del Policía del Mundo, tras el ascenso de China, el regreso de Rusia y el crecimiento de diversas economías del sur como Brasil e India está abriendo paso a una nueva realidad multipolar.  El anuncio del Nuevo Banco de Desarrollo y el Acuerdo Contingente de Reservas de los países BRICS (que reúnen 40% de la población y 20% del PIB mundial), es un reflejo de que las organizaciones tanto políticas como financieras que impulsó Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial están siendo rebasadas.

Aunque un mundo multipolar conlleva ventajas como los contrapesos que evitan la imposición y el abuso del fuerte sobre los demás, no es en sí mismo la solución a una necesidad de una arquitectura internacional más democrática, más justa y más funcional. El riesgo que existe ahora es la parálisis y la incapacidad para solucionar los problemas que surgen en un mundo cada vez más complejo y turbulento. Lo que hemos visto estas semanas, particularmente en los ataques de Israel a Palestina, es una muestra de la poca capacidad que tiene la comunidad internacional para reaccionar ante diversas amenazas. La fragmentación del poder puede fortalecer a los dictadores, al crimen organizado y a los intereses meramente lucrativos.

Por ello, urge una reforma de las grandes instituciones internacionales, tanto económicas como políticas. Seguir dilatando los cambios en los organismos internacionales sólo traerá consigo el surgimiento de instancias paralelas que, si bien pueden ser complementarias, también pueden ser divergentes, generando una disfuncionalidad cada vez mayor en el sistema internacional. El papel de países como México es fundamental para la construcción de un mejorado orden mundial de paz y justicia, basado en la cooperación y el respeto.