Columna Geopolítica del 23 de julio del 2018
Jorge Miguel Ramírez Pérez
Existe la creencia muy extendida que para ser un empleado del gobierno lo que se necesita es una buena palanca y nada más.
Históricamente han creído esa mala apreciación incluso héroes, como Hidalgo y los revolucionarios. Los independentistas querían que los puestos del gobierno los ocuparan los locales y se excluyera a los peninsulares; pero no reparaban en otros requisitos, como era tener aptitudes y conocimiento en el tema de gobierno. Sus miras eran simplistas y desdeñaban la preparación que tenían los del servicio colonial. Las chambas fueron la prioridad para hacer la independencia.
El resultado fueron malos gobiernos que se mostraron incapaces para operar con eficiencia el aparato público.
Maximiliano introdujo elementos racionales para la administración pública mexicana, bajo la influencia de las corrientes europeas y en particular, las que se habían originado del cameralismo.
Fue Porfirio Díaz quien inició transformaciones en el servicio público y el surgimiento de la tecnocracia; "los científicos", innovaron las finanzas e introdujeron una especie de proyecto modernizador, que dirigido por grandes hombres como José Ives Limantour y Justo Sierra entre otros, dio un salto en la materia.
Pero como decía, la llegada de los regímenes revolucionarios con generales sin preparación militar; y con apasionados propagadores de la justicia social, sin experiencia en el arte del gobierno; generaron que el desprecio a los gobernantes improvisados, fortalecieran la mala idea de que cualquiera podría con el manejo de los asuntos públicos.
De tal suerte que la proliferación de "Juanitos" ha sido desastrosa para la burocracia mexicana, no solo en cuanto a la calidad que se requiere, sino porque se carece muchas veces de las credenciales que demuestran que el cargo se puede ejercer porque hay conocimiento, experiencia y legalidad.
De tal suerte que llegamos al siglo XXI ayunos de una organización política congruente; con cuadros disímbolos que provienen de los arreglos de los sindicatos, de la presión por heredar plazas a los familiares; o de plano, del influyentísmo del sistema de despojos, conocido técnicamente como spoil system.
Max Weber uno de los pensadores de la ciencia y la sociología políticas definió ese sistema como aberrante y contrario a lo que pudiera ser una administración pública eficaz y eficiente. Porque el sistema de despojos, el que pondera repartirse el botín del gobierno, beneficios y cargos con los amigos, adictos y correligionarios partidistas, es un obstáculo para un gobierno que tenga verdaderos ciudadanos, no ciudadanos imaginarios.
El tipo ideal que propuso Weber del burócrata probo y eficaz se entiende lógicamente como eso, un ideal: pero no por ello distante de lo que se busca. De ahí las recetas mal
digeridas de los presidentes de Alemán a López Portillo, por meter caudas de abogados; con de la Madrid, administradores y contadores; y por último, con Salinas y Zedillo, economistas. Para acabar en este siglo, con Fox, incorporando expertos en mapas mentales; con Calderón sectaristas de su grupo panista, sin alguna experiencia. Y con Peña, itamitas expertos en maquillar cifras para pedir prestado.
Así, Obrador llega con adictos a su persona, sin experiencia laboral en el sector público, con dificultades para estar en el nivel de entender los retos cotidianos y sin la capacidad, para analizar, diseñar, racionalizar y operar un sistema complejo, que solamente a los ingenuos puede parecer sencillo.
Porque esas fallas estructurales de la administración pública en cuanto al diseño institucional y los ejércitos de incapaces, sostenidos por influencias de quienes han transitado en esos cargos, para los que carecían de conocimientos teóricos y prácticos; son el corazón de la corrupción y de la improvisación, que escala deudas y enormes gastos injustificados que tienen sumido al país.
Y en esa parte, coincidimos el diagnóstico con Obrador, de que la burocracia debe urgentemente acotarse a lo que debe ser en el espíritu de la ley; y restarle los privilegios de gremios, sindicatos e presiones que traban el crecimiento de la economía, que es lo que se busca al final de cuentas.
Pero advertimos que el sistema burocrático para restablecerlo, requieren de cirugías -porque deben ser varias- programadas y en orden. Intervenciones que no deben matar al enfermo. Deben sanarlo.
Y no se trata de satanizar algunos niveles de mando, como le han hecho en el pasado, los presidentes priístas ignorantes, de toda la cadena de mando que tenían bajo sí. Ni de desaparecer, por desaparecer órganos; desconociendo que hay leyes, que aún con "todas las canicas" deben reformarse, para que lo ilegal no impere.
Y es en esa arrebatada propuesta de desconcentrar a las secretarías sin analizar los diferentes efectos en las diversas regiones; el impacto en las microeconomías, los trastornos en las propias instituciones y la estrategia del desarrollo; más la eliminación de todas las delegaciones; así como la reducción de sueldos de todos los funcionarios de manera confusa; es que se escuchan como decisiones ilógicas, una serie de arrebatos que se explicarían como resentimientos variopintos.
Ese flanco que el obradorismo presenta en un temprano proyecto de gobierno, tiene muchas puntadas y poca estrategia. Son presuntas ideas esbozadas con un enfoque unilateral y parcial; lo que manifiesta, no solo, carencia de teorías de la administración pública, por cierto siempre hechas aun lado; sino lo que me parece más grave, se traduce en un voluntarismo excesivo, que pretende hacer nula la necesaria experiencia de trabajo en el gobierno.
Porque la mayor parte de los colaboradores que se están incorporando y que provienen de la adicción al obradorismo, en realidad no tienen un trabajo acreditado ni siquiera del nivel decoroso en el sector público, que se requiere para los alcances que se pretenden. Algunos tienen experiencia partidista y hasta allí. Pero los menos, los que sí, han sido funcionarios; tal parece que hace tiempo y bajo condiciones muy diferentes fue cuando ejercieron.
Así que parafraseando nuevamente a Weber: independientemente del tipo de dominación que se trate, sea tradicional, carismática o racional, sin cuadro administrativo no se va a ningún lado.