Columna del 30 de septiembre del 2019
El vandalismo sigue suelto. No lo quieren parar
Jorge Miguel Ramírez Pérez
Que difícil se convierte el trabajo de gobernar cuando se quiere hacer lo que se debe y en orden. Por eso, casi nadie le entra a la verdadera responsabilidad de asumir las riendas del gobierno y someter a las mulas desbocadas, que se extravían cada vez que tienen una oportunidad de salir encubiertas por el anonimato.
Muchos gobernantes se salen por la tangente porque no asumen la obligación de hacer respetar el orden. En vez de ello, sacan explicaciones propias de un gurú, o de un monje del monte Athos, de esos que viven en lo escarpado de la montaña, ajenos a la realidad; argumentando opiniones contrarias a lo que es su obligación: combatir a los que mal hacen, y reconocer y premiar a los que bien hacen.
En México, los que mal hacen, salen premiados hasta con 40 diputaciones como los energúmenos de la CNTE. En una visión pervertida que obra al revés. A los que tratan de cumplir con sus obligaciones cívicas, que pagan impuestos, que contribuyen con su trabajo a la economía del país y que respetan a los demás, se les desprecia y cada día, tal parece, que lo único que reciben, es un reconocimiento de facto, ominoso, porque el gobierno, les otorga simbólicamente un certificado de tontos, porque a la bondad se le llama estupidez; y no solo no reciben algún reconocimiento, sino les quitan los apoyos, para dárselos a los malvivientes.
Hay una cobardía institucional que no castiga a los malhechores, sino los ve como víctimas de las circunstancias o cínicamente como electores, solapando toda clase de villanías y salvajadas.
Los perniciosos ya agarraron de bajada a la 4ª. Transformación, y le tomaron la medida a sus órdenes y súplicas, de mandarles abrazos en vez de balazos o de amenazarlos con la preocupación de sus mamás, les sirven como dice un amigo, para lo que se le unta al queso.
No hay semana que los malvivientes no hagan su numerito. El pretexto puede ser cualquier cosa, porque dicho sea de paso, les cumplen todos sus caprichos como a los de la CNTE que fue el "cale" que sirve de modelo a otros. El SME ya agarró monte también, para lanzarse a la calle a cometer desmanes, atrás irán los 400 pueblos, el grupo cuyo oficio es desnudarse, aterrorizando con ese espectáculo grotesco a los transeúntes. Émulos autóctonos de las Pussy Riot y Femen patrocinadas por el magnate desestabilizador, George Soros.
Y no importa que se pongan de rodillas los poderes ejecutivo y legislativo, ante las hordas que azotan las ciudades, donde según ellos se manifiestan por sus demandas: nunca están satisfechos, son vientres estériles que no se sacian jamás.
Pero el extremo de las mal llamadas manifestaciones, porque no son otra cosa que vorágines de violencia enfermiza, se sucede cada vez de peor manera: en la marcha de los 43 de Ayotzinapa surgieron lateralmente, unos desquiciados que irrumpieron en el centro de la capital, causando daños a personas e inmuebles de valor histórico y cultural. Se les calificó infantilmente como conservadores por todo insulto; si no fuera por los daños causados al Palacio Nacional, parecería que el despapaye lo organizaron desde el poder.
Porque unas horas después de constatar por enésima vez, que ni el gobierno federal ni el de la ciudad de México, hacen nada por impedir el vandalismo de los monumentos y emblemas de México, salieron las aborteras que quieren que el estado, cubra sus irresponsabilidades sexuales y mate los seres gestados, que muchas veces son resultado de una noche de borrachera o un simple descuido; porque las que han sido víctimas de violación son una minoría de las que se intoxicaron para tratar de incendiar la catedral, y para ellas, siempre han existido salidas no criminales.
El falaz argumento de las vandálicas es que ellas son dueñas de su cuerpo, por cierto un cuerpo que no cuidan, que rebajan y que tal parece desde su disminuido criterio, quieren que hasta el Estado vigile que usen los preservativo. Como los reparten, deben concluir que deben también ponerlos.
Y si las cosas no son como quieren, se enojan las señoras, que pretenden se les reconozca la propiedad de una vida que quieren exterminar, solo porque la llevan en su cuerpo, pero es una vida que no es la suya, es otra vida. Se enfurecen hasta la locura de incendiar edificios que embellecían la ciudad, para estar acorde con la fealdad moral de la que sí se han apoderado, culpando a todo mundo, sin que jamás se acepten los propios yerros.
Pero los gobiernos federal y el de la capital, mediante sus investigaciones oficiales, saben exactamente quienes son los instigadores y los causantes de los daños, que se escudan en siglas y movimientos que les sirven de fachada para hacer desmanes con consigna y ¡no hacen... nada! ¡vaya ni lo intentan!
Porque ya se vio que nadie quiere dirigir el barco que de seguir así, a la deriva, llevando la insignia de la impunidad hasta lo mas alto del mástil; los daños irán en ascenso; porque atrás de los discursos concordistas, hay miedo, mucho miedo.
Y los maleantes ya se dieron cuenta de sobra y saben que no los quieren parar.