Columna del 2 de octubre del 2019
Dos de Octubre. Todo se Olvida
Jorge Miguel Ramírez Pérez
Ese infausto suceso no fue lo que muchos piensan. Ya es otra cosa, incluso, en ese octubre, el movimiento estudiantil era muy distante de cómo comenzó, antes que lo atizaran, porque lo que motivaban las marchas era preponderantemente la intolerancia de las autoridades hacia los jóvenes estudiantes, no lo que pregonaban en los discursos ideologizados, los agentes infiltrados de Gobernación, que nunca fueron verdaderos líderes estudiantiles.
Ahora el 2 de octubre es una mezcolanza sin pies ni cabeza, y se ha convertido en un ejercicio de opiniones, poemas, novelas, películas y toda suerte de anécdotas convenientemente seleccionadas, de los que no participaron directamente o participaron en la superficie del templete, acelerando gente sin rozarse; y de aquéllos que después, desde las posiciones ideológicas que se sustentaron, para armar la sarracina, convirtieron los hechos en versiones acomodadas a la burocracia del poder.
Por principio de cuentas hay que retraernos al vandalismo universitario y politécnico de esa década, tolerado y auspiciado por las autoridades del gobierno del Distrito Federal. El jefe de gobierno: general Alfonso Corona del Rosal, mantenía a través de un ayudante Sergio Romero alias El Fish, en la nómina a grupos de porros, dispuestos a hacer desmanes. Tal como ahora, los vándalos eran conocidos por el gobierno de la ciudad, pero protegidos para que pudieran actuar como grupos de choque en una hipotética movilización, como la de los médicos, ferrocarrileros o maestros de años previos.
En la marcha tradicional del 26 de julio de 1968, un culto a Fidel Castro, cuando era la oportunidad que tenían los comunistas de palabra, para pronunciar los mismos aburridos discursos de loas a los barbones y repudios a los Estados Unidos; los porros bajo consigna, quisieron meterse en la marcha, pero no fueron admitidos. Enervados, se fueron a pelear con los que encontraron en su camino, entre ellos, los de una preparatoria particular "Isaac Ochoterena". Eso fue el pretexto para que el cuerpo de Granaderos, la policía antimotines, arremetiera contra los marchistas que eran su objetivo.
Llegaron a la Preparatoria nocturna del centro que estaba en clases, algunos grupúsculos huyendo de los toletazos policíacos, entre éstos, estaba uno que adoptó el nombre del poeta español "Miguel Hernández", eran fósiles extremistas de Filosofía y Letras, conocidos como adictos a las drogas y por folclóricos, con barbillas ralas como el Ché Guevara; su líder "El Viceroy" traía un arma de uso del ejército, por ejemplo. Pero los granaderos quería golpear estudiantes aun a los que ni siquiera hubieron estado en la manifestación.
Esa política de agresión a los jóvenes por ser jóvenes y más por ser estudiantes, fue lo que indignó a la gente. Ninguna otra cosa. Los granaderos se hicieron odiosos; y todas las policías fueron adiestradas para golpear a cualquier joven que transitara por la calle. Así, literal. Se avecinaba, según el gobierno y sus editorialistas, una conspiración comunista. Nadie lo creímos, era una total mentira. Lo que sucedía era una sensación de impotencia colectiva entre los jóvenes, que veíamos que no tenía ningún sustento la acción represiva, únicamente el amedrentamiento para fomentar resentimientos .
Pero los oradores del 68 "casualmente", eso sí, traían temas de tipo comunista y castrista, como los de hoy, que traen la temática bolivariana. Muchos de ellos, los principales como Rosa Luz Alegría, que después se casó con un hijo de Echeverría y se convirtió mas adelante, en la favorita de López Portillo; Marcelino Perelló y Sócrates Campos Lemus eran cercanos a Gobernación, encubiertos, se reportaban con el subsecretario Rafael Hernández Ochoa, "el tío Rafa" y con el "tío Rube", el Director general de Gobierno, Rubén Pérez Peña. Los líderes mencionados y otros nombrados, por Gutiérrez Barrios, no por el estudiantado, siempre desde los templetes, hablaban de muertos y desaparecidos desde el 26 de julio. Jamás hubo una lista.
La agenda la fijaba el gobierno a través del Comité Nacional de Huelga, un órgano seudo clandestino, infiltrado, que se reunía en la Torre de Ciencias de la UNAM por las noches, para diseñar como mantener la agitación. Yo mismo una vez fui con dos amigos de la facultad de Ciencias Políticas a retarlos, a discutir con el líder Salvador Martínez de la Roca, El Pino, un sinaloense del norte del estado que se decía de la facultad de Ciencias; para que dieran a conocer las listas de desaparecidos y no quiso hablar; le dijo después al que me lo contactó, que solo porque éramos muy osados no nos habían matado. Imagínese mi estimado lector la "capacidad" de diálogo de los dirigentes de la izquierda revolucionaria.
¡Nunca hubo una solo lista de muertos!.... hasta después del dos de octubre se les hizo.
Todo estuvo preparado para generar una indignación prefabricada. Porque sí había detenidos, que salían después de pagar multas y haber sido golpeados, bajo ninguna acusación concreta. Y los padres foráneos hacían regresar a sus hijos. La provocación de la policía y de las autoridades eran pan de cada día.
El ejército ya había aparecido en dos marchas llegando al Zócalo, y empezaron a patrullar en las calles. Como si fuera un golpe de estado o una rebelión verdadera, pero secreta, tan secreta, que nadie lo sabía; sino el que la organizaba: Luis Echeverría el Secretario de Gobernación, que estaba atrás del circo sangriento; siguiendo y operando sus órdenes: Fernando Gutiérrez Barrios el jefe de la Policía Federal de Seguridad.
En primer lugar, se trataba de "quemar" al Ejército y a su fuerte candidato el General Alfonso Corona del Rosal, a quien se culpaba de la represión antes de octubre, por la saña de sus esbirros, los generales Luis Ramírez Cueto y Raúl Mendioléa Cerecedo. En segundo lugar se buscaba debilitar y asustar al Presidente Díaz Ordaz, y "demostrarle" que Emilio Martínez Manatou su favorito, por cierto abuelo de Emilio González Martínez el Niño Verde, era el cerebro de la conspiración, cuando ese médico, para lo único que era bueno, era para dejarse ganar en el golf, jugando con Díaz Ordaz. Pero lo principal era mantener a México dentro de la estrategia de la Guerra Fría.
Para todo ello el dos de Octubre los agentes encubiertos de esa Gobernación infame, dispararon en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco contra los soldados, muchos del Batallón Olimpia, paracaidistas cercanos a Javier García Paniagua, hijo del General Secretario García Barragán a quienes se les hizo creer que existía una asonada comunista; y se hizo el fuego cruzado, muriendo muchos mexicanos que quería que acabara la violencia contra los estudiantes.
Los conspiradores verdaderos llegaron al poder con Echeverría, empoderarlo tuvo un alto costo de sangre.
México cayó en una depresión colectiva que lo derrumbó y de los éxitos que tenía en lo económico, con un crecimiento sostenido por una década del 6%, de alcances en la cultura y la academia, con reconocimientos internacionales, empezó la debacle de las deudas y la falta de rumbo, que siguió a ese golpe cobarde .
El dos de octubre fue un triunfo de Echeverría donde se entronizó formalmente la impunidad. Una derrota para la paz de la nación, México todavía está dolido y más aún, porque el criminal que fraguó esa masacre, todavía vive a sus anchas, burlándose de los mexicanos que equivocadamente le dimos la presidencia.
Eso es lo que no se nos debe olvidar.