Columna del 29 de enero del 2020
La Fragmentación de Morena
Jorge Miguel Ramírez Pérez
Es evidente que todos los partidos políticos en el mundo son unidades electorales, a veces ideológicas, pero, sobre todo, son entes de intereses que mas o menos, se mantienen cohesionados entre sus integrantes, en tanto luchan por el poder público y tratan de permanecer en él.
El caso de Morena es sobrevivir. Para empezar ante sus indefiniciones, debe evitar convertirse en una maquinaria de terror como el Comité de Salud, que era en verdad una fábrica de crímenes, que dirigía Robespierre un intolerante, durante la Revolución Francesa; Morena debe transitar lejos de los extremismos porque ya es gobierno lo quiera o no.
Los sectarismos fanatizados condujeron al fascismo de Mussolini, al Partido Nacional Socialista de Hitler, al comunismo genocida de Stalin o de Mao; y por supuesto a las deformaciones como el Khmer Rouge de Camboya o la banda de Hoxla en Albania, todas cofradías que perseguían fines mas allá de la política y se inscribían en lealtades extremas a un líder, a una forma de pensar y actuar como clones, que no permitían ni siquiera un gesto de sospecha de desaprobación a lo dicho, o imaginado de ese liderazgo sectario.
Según Michael Burleigh, todas esas agrupaciones mencionadas serían mas bien, religiones políticas, que no pueden inscribirse como partidos; porque son organismos fervientes: fincados en un sistema de creencias. Pertenecen a otra clasificación.
Crees o no crees. La frase implica cofradía de fe o ruptura condenatoria.
Por eso la esfera de la devoción espiritual no debe confundirse con la acción política y con el pensamiento político que la sustenta. Un sistema político borda en los contornos de racionalidades e ideales, donde se tratarían de explicar las ideas, desde un posicionamiento de la realidad y de su secuencia lógica. Su praxis o pragmática son las consecuencias incluso tan importantes como la ortodoxia de los principios. Por eso un sistema político es un sistema histórico, que se mide por el rasero de los resultados no solo por sus apegos morales, que en la acción individual son indispensables.
En las religiones políticas tienes que creerle al líder y ya. La razón sale sobrando.
Se llama el fenómeno confusión de correspondencia, el líder se siente poseedor de las conciencias, y los seguidores le otorgan el papel de un demiurgo, de un ser sobrenatural, por cierto, inexistente, entre la deidad y la humanidad.
Esta equivocación frecuente, revienta a los partidos políticos porque se pretende lo que no pretende la política. Clouthier el grande, Manuel, también se equivocó cuando dijo, que él quería la transformación interior del individuo no el mejoramiento del gobierno. De momento se sintió Jesús, gobernando por medio del Espíritu a los hombres.
Por supuesto que la política por más altos ideales que tenga no llega a esas dimensiones, debe conformarse sencillamente con perseguir el bien común como forma de convivencia social actuante mediante los mecanismos legales de la administración pública y exclusivamente en el espacio público, no en el alma.
No se diga la 4ª. transformación que es un intento aborigen de formar un hombre nuevo, bueno, puro y sabio, colectivamente: un pueblo de ángeles que no delinquen, que no se enferman, que no necesitan empleos, que viven saludando amorosamente con su pecho abierto, el de sus mujeres y sus hijos a la violencia y al crimen. Dispuestos al sacrificio por la Patria. En fin, un nirvana que urge con esas confusiones, asumirse repartiendo flores como lo hicieran los hippies de los sesenta, en el barrio de Haight Ashbury.... toda una fumada.
Entonces lo que pasó con el Morena el domingo, y lo que ha pasado en su corta vida, no es de extrañarse: porque para empezar es una agrupación sin ideología, meramente coyuntural y sin programa.
Morena se dice de izquierda, pero tiene unos pocos marxistas trasnochados. Se dicen en favor del pueblo, pero sus líderes, son altamente excluyentes, ocultan padrones, y no permiten la afiliación; no quieren competencia interna; vociferan contra la corrupción y la deshonestidad pero no pueden rendir cuentas, ni en el partido, ni en el gobierno; se suponen democráticos pero sus debates se dirimen igual que cuando eran del PRD, a sillazos y mentadas; y no tienen ninguna cohesión mas allá de actuar como corifeos de su líder, que no los controla.... Son todo un caso. Y están muy divididos.
El domingo pasado durante el polémico Congreso, se vio parte de la fragmentación del Morena. Se habla de cuatro grupos de poder irreconciliables: el de la señora Yeidckol que se suponía era la agente de Maduro, de los Castro y de la conspiración de Sao Paulo, hasta que Díaz Polanco, un defensor a ultranza del bolivarismo la dejó para alinearse con su rival, la jefa del segundo grupo: Claudia Sheibaum que le prodigó el golpe a la Polevnsky y le quitó la presidencia interina, mediante Bertha Luján. Son los que llevaron a Alfonso Ramírez Cuéllar, un político con trayectoria, y habilidades; que por ahora le toca bailar al son de la unidad o de la desintegración.
Un tercer grupo es el de los políticos de cuello blanco, también conocidos como: "la gente de Ebrard"; Mario Delgado da la cara, un auténtico bisoño es la cabeza activista. Son del tipo social que caracterizó Veblen, el autor de "La clase ociosa"; ricachones con episodios de ruina, como Alfonso Romo y Tatiana Clouthier; atípicos y distantes de la broza morenista. Se esfuerzan por hacerse los radicales. Nadie les cree. La traída de Evo Morales fue la caja china que los empinó.
Un cuarto grupo de políticos linieros, están siempre en la línea de scrimmage como se dice en el futbol americano, el grupo de Monreal, con su vocero Alejandro Rojas Díaz Durán. Esperan anotar por tierra, en la zona de los golpes bajos, aguantando vara. El jefe no los quiere, pero los necesita.