Palabras del Papa Francisco en el Ángelus de este domingo 12 de octubre
«Queridos hermanos y hermanas. En el evangelio de este domingo, Jesús nos habla de la respuesta que se da a la invitación de Dios --representado por un rey-- a participar a un banquete nupcial.
La invitación tiene tres características fundamentales: la gratuidad, la amplitud, la universalidad. Los invitados son muchos, pero sucede algo sorprendente: ninguno de los elegidos acepta ir a la fiesta, tienen otras cosas que hacer, más aún, algunos muestran indiferencia y hasta fastidio. Dios es bueno hacia nosotros, nos ofrece gratuitamente su amistad, nos ofrece su alegría, la salvación, pero tantas veces no acogemos sus dones, ponemos en primer lugar nuestras preocupaciones materiales, nuestros intereses.
Algunos invitados incluso maltratan y asesinan a los siervos que llevan la invitación. No obstante la falta de adhesión de los llamados, el proyecto de Dios no se interrumpe. Delante del rechazo de los primeros invitados, él no se desanima, no suspende la fiesta pero repropone la invitación, ampliándola hasta más allá de los límites razonables y manda a sus siervos a las plazas y a los cruces de las rutas para reunir a todos aquellos que encuentren.
Se trata de gente común, pobres, abandonados y desheredados, más aún, 'malos y buenos', incluso los malos son invitados, sin distinción. Y la sala se llena con los 'excluidos'. El Evangelio, rechazado por alguno, encuentra una acogida inesperada en tantos corazones.
La bondad de Dios no tiene fronteras y no discrimina a nadie: por esto el banquete de los dones del Señor es universal, universal para todos. A todos le da la posibilidad de responder a su invitación, a su llamado, a su caminata; nadie tiene el derecho de sentirse privilegiado o de revindicar una exclusiva. Todo esto nos induce a vencer la costumbre de colocarnos cómodamente en el centro, como hacían los jefes de los sacerdotes y fariseos.
Esto no se debe hacer, tenemos que abrirnos a las periferias, reconociendo también que quien está en los márgenes, más aún, quien es rechazado y despreciado por la sociedad, es objeto de la generosidad de Dios. Todos estamos llamados a no reducir el Reino de Dios dentro de los límites de nuestra 'iglesita', nuestra 'iglesita pequeñita', esto no sirve, pero a dilatar la Iglesia a las dimensiones del Reino de Dios.
Entretanto hay una condición: vestir el hábito nupcial. O sea dar testimonio concreto de la caridad concreta a Dios y al prójimo.
Confiamos a la intercesión María Santísima los dramas y las esperanzas de tantos hermanos y hermanas nuestros; excluidos, débiles, rechazados, despreciados, incluso aquellos que son perseguidos por motivo de su fe. Invocamos su protección en los trabajos del sínodo de los obispos reunidos estos días en el Vaticano».