Educar supone acompañar con paciencia a otra persona en el descubrimiento de quién es, qué es el mundo y como se va integrando en este gracias al desarrollo de sus facultades. Para ello es necesario darse cuenta de que la persona es única e irrepetible, no importa cuánto nos parezcamos a un hermano o a nuestros padres, no estamos irremediablemente condenados a seguir sus pasos, por el contrario, a través de la socialización, el vivir con los demás, nos podemos descubrir como parte de la creación y responsables de ella, buscando un fin superior a nosotros mismos y alcanzando de esta manera la trascendencia.
Por otra parte la educación consiste en que la persona llegue a ser más y no sólo que pueda tener más, y que en consecuencia a través de todo lo que posee, sepa ser más plenamente humano; es decir, todo lo que nos rodea, todos los avances científicos y tecnológicos que hoy están a nuestro alcance, pueden pertenecernos, bajo la condición de no dejarnos poseer por ellos, y una vez que los tomamos y hacemos nuestros, podemos utilizarlos para mejorar nosotros y ayudar a los demás.
De esta manera podremos ser capaces de comunicarnos con los demás desde nuestra propia experiencia para construir una nueva realidad, mejor que la anterior, más humana, recorriendo un camino que permita nuestra propia realización, no consiguiendo cada capricho que nos planteamos, sino construyendo un mejor presente para nosotros mismos y los otros, formando así al nuevo ser humano que logre el desarrollo de su persona puliendo y mejorando cada capacidad, cada arista de la personalidad propia de manera armónica e integral, entendiéndonos como parte de la naturaleza, con sentimientos, inteligencia y un espíritu trascendente llegando así a integrarnos en la realidad entendiéndola como un todo y múltiples implicaciones y con ello valorándola en su justa dimensión.
Por ello la familia es la base más importante para la educación, en ella la vida humana nace y se acoge generosa y responsa-blemente. Se trata de la primera escuela de la vida en donde se aprenden las virtudes personales y sociales y donde se orienta a la persona hacia el respeto a los demás, al amor a la propia vida y a Dios. La familia es insustituible cuando se trata de la educación de los hijos. Esta tarea de ninguna manera puede ser delegada a la escuela, los maestros, las iglesias o el Estado, aunque todos ellos coadyuvan y enriquecen lo que la familia por sí misma no puede dar.
Las dimensiones específicas de la educación familiar son las relativas a aquello que fundamenta la formación más propiamente humana: moralidad, afectividad y religiosidad, en estas tareas la familia es insustituible, y por tanto es la única que puede dar un carácter trascendente a la educación de los menores.