Palabras del Papa Francisco en el Ángelus del domingo 8 de febrero
«Queridos hermanos y hermanas, buenos días. El evangelio de hoy nos presenta a Jesús que, después de haber predicado el sábado en la sinagoga, cura a tantos enfermos. Predicar y sanar: esta es la actividad principal de Jesús en su vida pública. Con la predicación él anuncia el Reino de Dios y con las curaciones demuestra que el mismo está cerca, está en medio de nosotros.
Cuando entra en la casa de Simón Pedro, Jesús ve que su suegra está en cama con fiebre; en seguida la toma por la mano, la cura y la hace levantar.
Después del ocaso, cuando ha terminado el sábado, la gente puede salir y llevarle a los enfermos, cura a una multitud de personas afligidas por enfermedades de todo tipo: físicas, psíquicas y espirituales. Jesús que vino en la tierra para anunciar y realizar la salvación de todo el hombre y de todos los hombres, él demuestra una particular predilección por aquellos que están heridos en el cuerpo y en el espíritu: los pobres, los pecadores, los endemoniados, los enfermos, los marginados. Él así se revela médico, sea de las almas que de los cuerpos, buen samaritano del hombre, es el verdadero salvador. Jesús salva; Jesús cura; Jesús sana.
Esta realidad, la curación de los enfermos por parte de Cristo nos invita a reflexionar sobre el sentido y el valor de la enfermedad. Sobre este tema nos invita también la Jornada Mundial del Enfermo, que celebraremos el próximo miércoles 11 de febrero, memoria litúrgica de la bienaventurada Virgen María de Lourdes.
Bendigo a las iniciativas preparadas para esta jornada, en particular la vigilia que se realizará en Roma durante la noche del 10 de febrero.
Aquí me detengo para recordar al presidente del Pontificio Consejo (de los Operadores Sanitarios, para los enfermos, para la salud, Mons. Zimowski, que se encuentra muy enfermo en Polonia. Una oración por él, por su salud, porque ha sido él quien ha preparado esta Jornada, y nos acompaña desde su sufrimiento en esta Jornada. Una oración por Mons. Zimowski.
La obra salvadora de Cristo, no se agota con su persona durante su vida terrena; ésta prosigue mediante la Iglesia, sacramento del amor y de la ternura de Dios hacia los hombres.
Al enviar en misión a sus discípulos, Jesús les confiere una doble misión: anunciar el Evangelio de la salvación y sanar a los enfermos. Fiel a esta enseñanza, la Iglesia siempre ha considerado la asistencia a los enfermos como parte integrante de su misión.
“Los pobres y los que sufren, los tendrán siempre”, advierte Jesús. Y la Iglesia continuamente les encuentra en la calle, considerando a las personas enfermas como una vía privilegiada para encontrar a Cristo, para acogerlo y servirlo.
Curar a un enfermo, acogerlo y servirlo es servir a Cristo, el enfermo es la carne de Cristo.
Esto sucede en nuestro tiempo, cuando a pesar de las diversas adquisiciones de la ciencia, el sufrimiento interior y físico de las personas despierta fuertes interrogantes sobre el sentido de la enfermedad y del dolor, y sobre el porqué de la muerte.
Son preguntas existenciales a las cuales la acción pastoral de la Iglesia debe responder a la luz de la fe, teniendo delante de los ojos al Crucifico, en el cual aparece todo el misterio de salvación de Dios padre, que por amor de los hombres no escatimó a su propio Hijo.
Por lo tanto cada uno de nosotros está llamado a llevar la luz del evangelio y la fuerza de la gracia a quienes sufren y a todos aquellos que los asisten, familiares, médicos, enfermeros, para que el servicio al enfermo sea realizado cada vez con más humanidad, con dedicación generosa, con amor evangélico, y con ternura.
La Iglesia Madre, a través de nuestras manos acaricias nuestros sufrimientos y cura nuestras heridas, y lo hace con ternura de madre.
Recemos a María, Salud de los Enfermos, para que cada persona en la enfermedad pueda experimentar, gracias a la solicitud de quien está a su lado, la potencia del amor de Dios y el confort de su ternura materna».