La singularidad del gobierno de Sinaloa, que dificultaba su ubicación en cualquiera de las tipologías clásicas dada la conjunción de las más
disímbolas fuerzas que auparon a Mario López Valdez al poder, trajo a mal traer durante un buen tiempo a analistas y comentaristas
políticos, que no acertaban a definir su naturaleza ni a advertir compromisos estratégicos, lo que siempre dio margen para todo tipo de
especulaciones acerca de su verdadera relación con cada una de las fuerzas políticas. A medida que se han ido sedimentando los procesos
y cubriendo la agenda, las cosas van quedando más o menos claras. Acostumbrados a buscar signos y encontrar en ellos las claves de las
decisiones políticas, la visita de dirigentes de los partidos que lo llevaron al poder, significaba para algunos su práctica afiliación a alguno de
ellos. Si no iba al aeropuerto a recibir el saludo de otros, era la más clara señal de la ruptura. Si el Congreso rechazaba una iniciativa, estaba
en marcha la ruptura; si la aprobaba, era evidente la reconciliación. Había margen para la ambigüedad y la indefinición política. Hasta las
elecciones federales de 2012 se daba por sentada la alianza y el compromiso político del gobernador sobre todo con el PAN. Sin embargo, la
percepción política empezó a modificarse con bastante anticipación a la contienda electoral de este año: discursos y declaraciones de
dirigentes nacionales del priismo, marcados por la conciliación y el acercamiento, indicaban que la fractura de la élite estaba ya soldándose y
recuperándose el viejo espíritu de cuerpo. Sin embargo, este proceso era visto con extrañeza por los aliados de Malova, que todavía hicieron
un esfuerzo por atraerlo a sus posiciones asumiendo como propios los resultados más exitosos de la gestión gubernamental. Pero a estas
alturas ya cada actor partidista o institucional había cruzado su Rubicón. Los compromisos reales, que se fueron construyendo poco a poco,
en un proceso de aproximaciones sucesivas, estaban ya en otra parte. Con los viejos aliados no hubo ruptura, pero los compromisos fueron
'casuísticos' y no estructurales, escribí unos días después de las elecciones. Podía apoyarse aquí o allá, a este o aquel, pero no había ya
espacio para acuerdos de larga duración. Dicho de otro modo, la política de no poner todos los huevos en una canasta seguía dando
excelentes resultados. Pero también decía que esa política de aparente indefinición estaba llegando a su fin, y que el caso de Ahome podía
ser su epílogo: "La acusación panista de que ahí hubo una elección de Estado y el llamado a romper con la administración estatal, puede ser
el epitafio de una alianza que fue de coyuntura. Malova pareció también pintar su raya al responder que se cumplió con el compromiso en
2010, que nunca una elección es igual a otra, y que si les sirve el rompimiento no tiene problema en aceptarlo.“ Y la ruptura ha llegado. No
sin cierto dolor y desencanto por parte del dirigente estatal panista, que se ha visto obligado a es-cuchar y atender el reclamo de un sector
crítico que aspira a recuperar la identidad de su partido. Nada más revelador que sus palabras: "Es un distanciamiento, un replanteamiento
de la relación, nosotros ya no podemos más decir que somos gobierno de coalición, es un gobierno plural, abrumadoramente priista… Ya no
nos consideramos equipo de Mario López Valdez… no pudo contener a su estructura de gobierno que hoy están ahí cobrando cheques
gracias a esta coalición." Pero advierto que tampoco será una ruptura traumática. El PAN, entre los muchos vicios y defectos que ha ido
pepenando en su ejercicio del poder está el del pragmatismo. Así que algo habrá que recuperar.