El Papa Francisco nos ha sorprendido con la Encíclica LA LUZ DE LA FE para continuar
viviendo el AÑO DE LA FE que iniciara el recordado Papa Benedicto XVI para que la Iglesia
universal profundizara en esta realidad fundamental del discipulado en Cristo Jesús. Un punto
básico de dicha Encíclica que fue presentada el 29 de junio pasado, día de San Pedro y San
Pablo, es un desafío a superar el paradigma de una fe estática o meramente pasiva, una fe
que lleve solo al adoctrinamiento o a memorizar respuestas de preguntas que nadie hace; por
eso nos urge a descubrir el dinamismo de una fe bíblica que requiere responder a la Palabra
viva de Dios que llamó, sigue llamando y seguirá llamando a personas concretas y en
circunstancias precisas para dar respuesta a su llamado; Dios no muestra su rostro sino que
hace escuchar su voz, se comunica e ilumina toda la existencia del oyente; dicha Palabra
capacita al oyente para recibir ojos nuevos que se abren al futuro confiando en las promesas
del Dios fiel que se da a conocer a quienes son dóciles a la Palabra escuchada, rumiada y
hecha criterio de vida y juicio de valor para afrontar desde el Dios que se da a conocer y
ofrece su vida para que todo creyente entre en el gozo de las promesas de un cielo nuevo y
una tierra nueva (Ap 21,1). El modelo paradigmático de auténtico creyente es Abraham, Padre
de la Fe (Ro 4,11) que no ve a Dios sino que escucha su voz y de este modo su fe adquiere
un carácter personal; no es un Dios sujeto a un lugar, ni a un tiempo sagrado determinado;
sino el Dios persona que escucha el dolor de un pueblo sufriente y esclavizado por el faraón y
entra en contacto con Moisés, y entra también en contacto con el creyente Abraham y
establece una alianza a través de un ritual religioso (Gen 12,8). (Cocluirá el viernes)