Bernardo Ardavín Migoni
Pareciera una conclusión generalizada, después de las elecciones intermedias, la necesidad de que los partidos realicen mejor su papel en el proceso democrático de México. Si no reaccionaran, en consecuencia, los daños a nuestro proceso de la transición política podrían ser enormes.
Las candidaturas llamadas “independientes” han hecho evidente el rechazo de muchos ciudadanos a los partidos y, sobre todo, a la situación viciosa que se ha venido conformando con el nombre de partidocracia. El fenómeno es un subproducto de nuestra evolución política, agudizado a partir de la alternancia del año 2000.
El triunfo de Morena en el DF en cinco delegaciones, y en 18 posiciones en la Asamblea Legislativa, mientras el PRD se quedó con 14, el PAN con 5 y el PRI con 3, perfila a la Ciudad de México como la plataforma de lanzamiento de AMLO a la Presidencia, por tercera ocasión.
Además, no conforme con sus triunfos, López Obrador está peleando, jurídicamente, las delegaciones Gustavo A. Madero, Iztapalapa y Coyoacán.
Con un realismo crudo, antes de las elecciones intermedias, el presidente del PRD, Carlos Navarrete, pronosticó que atendiendo a los resultados electorales en el DF, sería posible que en el 2018 perdieran la Jefatura de Gobierno, posición que han tenido, ininterrumpidamente, desde que ese puesto dejó de ser una designación presidencial para convertirse en un puesto de elección popular. El primero en ocuparlo fue Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.
En los mentideros políticos se especula con la inminencia de numerosos cambios en el seno de los partidos, como consecuencia de los resultados en las elecciones intermedias. Todos, sin excepción, dicen haber ganado… minimizan las pérdidas y magnifican los logros, y parapetados en sus propios balances expresan toda clase de pretensiones para alcanzar diversas posiciones, con las cuales se reconozcan sus presuntos méritos.
Los ciudadanos debemos presionar a los partidos para que además de dirimir sus diferencias internas, algunos de sus líderes se preocuparan por revisar las razones de sus descalabros. Quizás, podrían llegar a la conclusión de: que ya no cuentan con una identidad propia, suficientemente diferenciada, que les distinga claramente de los demás partidos; que se han desgastado por las conductas criticables de varios de sus miembros; y que se han separado de la ciudadanía a la cual deberían servir.
Por tanto, quizás lo adecuado sería que los verdaderos políticos buscaran la manera de recuperar algo de lo perdido, para tener mejores posibilidades de lograr los resultados electorales que desean, pero sirviendo al bien común por encima de sus intereses personales y de grupo.