Pedro de Legarreta Lores
La famosa frase de Rubén Darío se refiere a la propia juventud que se va al envejecer, sin embargo la estrofa completa: Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer..., la podemos aplicar hoy a nuestra juventud mexicana, que atraviesa por una situación sumamente compleja y difícil, sin oportunidades, detenida por un modelo educativo que no la apoya para su florecimiento, una economía que no le abre espacios para su desarrollo y una sociedad que aún no está dispuesta a cederle los espacios de decisión que necesita, particularmente porque no la entiende, y ellos no entienden a la sociedad que se crio en una era distinta.
Los jóvenes de hoy son la primera generación que nació en la postmodernidad, que no sabe ni entiende lo que fue la modernidad en que crecieron sus padres y los líderes, empresarios y referentes culturales de una generación que, de a poco, se enfila a su desaparición. Estos jóvenes necesitan hacer las cosas de manera distinta, son los que nacieron después de la caída del muro de Berlín, en la era de las telecomunicaciones y que en su infancia probaron las redes sociales y les gustaron.
No saben lo que significa esperar porque la era digital se los ha facilitado todo, pero tampoco tienen un punto de comparación, por lo que para ellos esto es natural. No saben lo que es una sociedad tranquila, porque los conflictos, el terrorismo y la criminalidad han estado presentes cada día de sus vidas, el atentado a las Torres Gemelas forma parte de la historia tanto como el Movimiento del 68, la Revolución Mexicana y la Independencia Nacional.
La globalización es nefasta, pero la única forma que conocen de organización social, la universidad no garantiza empleo, ni algún tipo de estudio en particular, sino la innovación y la creatividad que van acompañadas de la tecnología y los recursos financieros. Digital, inteligente, virtual, sustentable y cientos de términos más son lo cotidiano en sus vidas, pero no logran el acceso ni se les ha permitido el empoderamiento para aprovecharlo y disponerlo.
Hoy los jóvenes no entienden a sus maestros, padres o figuras de autoridad, no por la natural rebeldía, sino porque además de eso el mundo en que ellos viven es totalmente distinto del que les tocó a los otros. La vivencia de los valores, que están presentes sin duda, es totalmente distinta y genera en parte este desencuentro.
La juventud es el divino tesoro de nuestra sociedad, pero si no encontramos la forma de abrir el diálogo entre las generaciones, corremos el riesgo de generar un rompimiento social del que desconocemos sus consecuencias.