José J. Castellanos
De los viajes del Papa Juan Pablo II a México, no pocos críticos decían que era el Papa más visto, pero el menos obedecido. Quienes tuvimos ocasión de escucharlo en esas visitas, recordamos que era claro y directo, no se prestaba a interpretaciones. Como siempre, hubo quienes sólo lo oyeron, pero no lo escucharon.
Al igual que su predecesor, el ahora San Juan Pablo II, el Papa Francisco acude a las naciones a dirigir su mensaje. Él ha hecho un llamado para salir a las periferias a plantear el mensaje del Evangelio. En su viaje a Estados Unidos estuvo en el Congreso de esa Nación en sesión conjunta. ¿Se trata acaso de una periferia? Sin duda, pues en ese ámbito legislativo se han tomado decisiones que difieren del sentir del catolicismo. Y aunque fue aplaudido, no todos los legisladores acogieron con esa expresividad sus mensajes.
El Papa hizo señalamientos que, sin duda, no son de los preferidos por los Demócratas liberales, pero también hubo otros contrarios a los Republicanos conservadores. Pero a todos les recordó que se función es mantener la unidad de su pueblo, mediante una legislación justa. No ahondó, como lo hizo el Papa Benedicto XVI en el Bundestag, acerca de lo que eso significa filosóficamente, pero hizo puntualizaciones que son válidas para cualquier Congreso.
Como cabeza de la Iglesia, no eludió referir este tema a Dios, en quien se funda la dignidad trascendente del ser humano. Por tanto, a los legisladores corresponde “proteger, por medio de la ley, la imagen y semejanza plasmada por Dios en cada rostro”. De ahí derivó a la regla de oro de las relaciones humanas: no hagas a otro lo que no quieras para ti. Y esto no sólo aplicable entre las personas, sino también entre las naciones. De ahí sostuvo lo dicho por él en otros foros: es necesario respetar las diferencias. Pero agregó algo muy importante en el contexto actual de Estados Unidos y que se empieza a manifestar como una forma de hostilidad a la religión en conductas concretas como la defensa de la vida y la oposición a los matrimonios homosexuales: respetar las convicciones de conciencia, que es lo mismo que decir las convicciones religiosas en muchos casos.
En ese sentido, volvió a plantear el bien que las religiones, en general y no sólo la católica, hacen a la vida social de los pueblos. La voz de la fe, explicó, es una voz de fraternidad y de amor, que “busca sacar lo mejor de cada persona y de cada sociedad”, de ahí la importancia de que pueda seguir siendo escuchada, como lo hacía el Papa Francisco en ese momento ante la élite política de Estados Unidos.
En un discurso que fue calificado de político por algunos analistas, condicionó la política como actividad al servicio de la persona humana a que “no puede ser esclava de la economía y de las finanzas”. Señalamiento fuerte donde esas dos actividades imponen su lógica en la vida de muchos Estados, particularmente donde los intereses se filtran y condicionan las leyes mediante el cabildeo que favorece intereses particulares, no el bien común posible.
El tema de los migrantes, tan debatido en el Congreso y con fuerte oposición Republicana, fue abordado por el Papa desde la perspectiva de que esa Nación se constituyó, a fin de cuentas, de emigrantes. “No debemos dejarnos intimidar por los números, más bien mirar a las personas, sus rostros, escuchar sus historias mientras luchamos por asegurarles nuestra mejor respuesta a su situación. Una respuesta que siempre será humana, justa y fraterna. Cuidémonos de una tentación contemporánea: descartar todo lo que moleste”.
En referencia a la regla de oro, usó el lenguaje de lo “políticamente correcto” para darle un sentido que para muchos, sin duda, se convirtió en “políticamente incorrecto”. Y dijo: “queremos seguridad, demos seguridad (respecto de los migrantes); queremos vida, demos vida (ante el aborto, la eutanasia y la pena de muerte); queremos oportunidades, brindemos oportunidades (de integración social). El parámetro que usemos para los demás será el parámetro que el tiempo usará con nosotros. La regla de oro nos recuerda la responsabilidad que tenemos de custodiar y defender la vida humana en todas las etapas de su desarrollo”.
Reconoció, quizá en respuesta a quienes dentro de la Unión Americana lo han calificado de comunista, la importancia del empresario, el espíritu emprendedor, la noble vocación empresarial y la creación de riqueza en el desarrollo de los pueblos. Pero no por eso silenció la necesidad de una mejor distribución de la riqueza, así como del justo uso de los recursos naturales y la tecnología.
Incorporó a su mensaje frases de la encíclica Laudato Si’ sobre la ecología, tema también controvertido en Estados Unidos, pues existen enormes resistencias para sumarse a los acuerdos internacionales y realizar acciones para devolver la dignidad a los excluidos y cuidar la naturaleza.
Al respecto hizo un reproche implícito a quienes critican las políticas sociales, aunque las refirió a los principios de solidaridad y subsidiariedad. Un punto adicional, que tiene que ver con el empleo, fue una referencia que ha pasado casi desapercibida cuando se glosa la Encíclica, fue la alusión a que “la libertad humana es capaz de limitar la técnica”, por alusión a su crítica al dominio de la “tecno-economía” que daña el empleo. El Papa pide una técnica al servicio de un progreso “más sano, más humano, más social, más integral”. Retó para ello a las instituciones académicas y los centros de investigación.
Bien sabemos que en Estados Unidos se producen y comercian armas que legal o ilegalmente se venden a otros países, lo cual criticó el Papa por su afán de ganar dinero. “Frente al silencio vergonzoso y cómplice, es nuestro deber afrontar el problema y acabar con el tráfico de armas”.
En éstos y otros temas sobre los que habré de detenerme más adelante, el Papa Francisco puso los puntos sobre las íes, con suavidad diplomática, pero referencia clara. Al hablar en el Congreso, ¿habrá predicado en el desierto?