Antonio Maza Pereda
Desde hace bastante tiempo, sobre todo la caída del famoso Muro de Berlín, se habla muy poco sobre el marxismo. Incluso entre los marxistas, pocos han leído las obras de Carlos Marx. Sin embargo, nos encontramos que sus criterios y sus maneras de ver el mundo siguen estando vigentes, si bien de un modo inconsciente, en una parte importante de la población.
No se trata aquí de hacer un análisis riguroso de sus doctrinas o de su aplicación; pero es interesante ver que su concepto de “lucha de clases” ha penetrado profundamente la manera como nuestra sociedad se ve a sí misma. En el marxismo, un instrumento imprescindible es provocar y exacerbar las “contradicciones” en la sociedad. Obviamente, en su concepto original, se trataba de las lucha entre las clases socioeconómicas.
Sus seguidores han ampliado el concepto, buscando y explotando las “contradicciones” entre otros grupos sociales: mujeres contra hombres, religiosos contra no religiosos, indígenas contra mestizos, jóvenes contra adultos, gobernantes contra gobernados. El esquema se ha ampliado: para lograr una revolución, cualquier tipo de “contradicción” puede ser aprovechada. Cuando uno observa con detenimiento ciertos eventos, ciertas interacciones en la sociedad, empieza a descubrir cómo se genera y se provoca este tipo de lucha de clases; no sólo se observan y aprovechan, sino que se busca radicalizarlas, llevarlas al punto donde no hay solución posible.
En particular, el concepto de lucha entre pobres y ricos es algo profundamente aceptado y penetrado en la manera de pensar de nuestra sociedad. Un ejemplo superficial: hace poco, platicando con un taxista, comentamos de los que asaltan a personas pobres en los microbuses de las zonas marginadas. El chofer estaba sumamente indignado. "Si robaran a la gente rica, estaría bien. ¡Pero robar a los pobres!". No pude convencerlo de que un robo es un robo, no importa a quien se le robe. Porque con ese argumento, lo mismo se puede justificar robar al gobierno, que a las empresas, robar a los turistas, y a cualquier otro que no sea pobre.
No es de extrañarse. En las escuelas Normales, de donde egresa la mayoría de los profesores de las escuelas públicas, la enseñanza está impregnada de categorías del marxismo. No se trata sólo de algunas de las Normales rurales, ni las de alguna de las centrales sindicales. Es algo generalizado.
Claro, dado que todavía mantenemos el mito de que en México no hay clase media, todo el que no es un pobre es automáticamente considerado como rico y, por lo tanto, un blanco válido para provocar el odio entre las clases.
Interesantemente, cuando se habla de la violencia en México, nunca se ha considerado como un elemento este concepto de la “lucha de clases”, fomentado de mil maneras, muchas veces subliminales y la mayoría inconscientes, como una de las causas del crecimiento y recrudecimiento de la violencia.
Si queremos paz auténtica en México, necesitamos romper con esta visión de la sociedad. Entender que el rico no es necesariamente malo, como a veces nos presentan las telenovelas, ni necesariamente el pobre es bueno y angelical. Es muy importante romper con todos los prejuicios que las clases sociales tienen respecto a las otras.
Algunos ejemplos: el criterio de muchas personas de que los pobres son así porque son flojos, viciosos, irresponsables y que tienen demasiados hijos, como dijo alguna ex secretaria. El criterio de que la pobreza genera violencia, como si todos los pobres por el hecho de serlo puedan ser violentos, o por lo menos deshonestos.
Criterio que muchas veces choca con la realidad: el que asalta a un banco con armas de alto poder no es un pobre; obviamente tiene los recursos necesarios para acceder a ese tipo de armamento. Pero, para muchos, ser pobre es sinónimo de ser deshonesto y mentiroso. Y yo estoy dispuesto a apostar lo que sea a que la mayoría de los pobres son gente de bien, pacífica y honesta, que desean progresar y dar una vida mejor a sus hijos. Muchos años de trabajar con obreros con salarios bajos me permite afirmarlo con certeza.
Hay que reconocer que en nuestra sociedad hay miedo: los ricos y la clase media le tiene miedo a los pobres, los pobres le tienen desconfianza a la clase media y a los adinerados. Es urgente romper con esas barreras. Es necesario encontrar un acercamiento entre las clases sociales, no desde un punto de vista del servilismo de los pobres para obtener algún beneficio de los ricos, ni desde el punto de vista de un filantropismo narcisista, que busca el reconocimiento y el halago.
¿Que es difícil? ¡Por supuesto! Nadie dijo que fuera fácil. No hay recetas fáciles y probadas. Sólo puede haber algunos principios muy generales, por ejemplo: reconocer que todas las clases sociales podemos aprender y admirar valores en los demás. Por ejemplo, aunque suene muy trillado: la muy generalmente aceptada regla de oro, de hacer a los demás lo que queramos que nos hagan a nosotros mismos. Aunque suene a mocho: amar al prójimo como a sí mismo.
Pero hay mucho más. Esto no se puede quedar en el ámbito de las ideas, de los sentimientos o de las emociones. Se necesitan proyectos concretos. Se necesitan acciones específicas. Se necesita mucho más que el dinero, sea por parte del que lo recibe o el que lo da. Es dar tiempo, es dar esfuerzo, es dar la presencia personal, no un cheque frío que entrega un administrador de donaciones. Seguro que puede haber muchos campos y muchas maneras de lograr este acercamiento entre las clases sociales. Que los ciudadanos ricos y de clase media tengan contacto directo con los pobres, entiendan sus problemas, reconozcan sus valores y aprendan de ellos. Y que los pobres tengan oportunidad de conocer otro lado de la sociedad, aprender de ellos lo que puedan recibir y que les pueda ayudar a mejorar. Y todos nosotros, toda la colectividad, necesitamos buscar maneras de acercarnos, de apreciarnos, de acabar con los odios y los miedos que hoy paralizan a nuestra sociedad.