Pedro de Legarreta Lores
Muchos políticos se llenan la boca con sus propósitos de servir a la patria, la sociedad o algún ideal en particular; desgraciadamente en más de una ocasión esto es solo palabrería y sus dichos no se transforman en verdadero servicio para alguien más que no sean ellos mismos, sus cercanos o su grupo o partido político.
El problema en nuestro mundo, y sí me refiero a todo el mundo no solo México, es que la clase política está interesada en primer lugar en satisfacer sus propias necesidades económicas, de fama o poder, mientras que deja a la comunidad a la que se debe en un segundo cuando no último plano.
La esencia del problema político es garantizar la paz, asegurar el bienestar general y organizar un gobierno sólido. Tiene plena validez en la actualidad lo que señalaba Santo Tomás de Aquino cuando se refería a lo que era necesario para organizar un régimen político: “La recta ordenación del gobierno en una ciudad o en una nación requiere dos condiciones; la primera, que todos tengan una determinada participación en el poder, porque así queda garantizada la paz del pueblo; la segunda se refiere a la forma de gobierno u organización del poder” y, siguiendo con el filósofo, argumentaba que “el pueblo que carece de participación en el poder no solo corre el riesgo de desinteresarse del bien común, sino que incluso puede rebelarse contra el régimen que él juzga, con razón o sin ella, injusto”.
Pues bien, nuestros políticos actuales, se han apropiado no solo de los puestos de poder, mismo que se niegan a compartir, como exige buena parte de la sociedad, a través de la democracia participativa (o la participación ciudadana, si prefieren). También se han apoderado de muy buena parte de los recursos disponibles en la sociedad. Ya sea a través de los ingresos, que al menos en México se han vuelto totalmente desproporcionados respecto a lo que gana el ciudadano promedio por su trabajo honesto; o bien, mediante la corrupción, la asignación injusta de obras o el robo descarado de la hacienda pública.
De esta manera, una noble labor que debiera inspirar a otros a participar en ella por su relevancia para la sociedad y como medio para servir a ésta, se ha convertido en un imán para flojos, abusivos, criminales y deshonestos que quieren obtener el mayor beneficio al menor esfuerzo, generando un círculo vicioso que cada vez nos cuesta más trabajo romper como sociedad y al que algunos auguran que solo mediante la violencia se puede vencer.
La política al servicio de uno mismo no tiene futuro, como se diría en el lenguaje políticamente correcto de hoy: no es sustentable. Afortunadamente existen, aún hoy, muchos servidores públicos, algunos de elección, muchos del servicio profesional en la burocracia, que todavía creen que están ahí para servir a la sociedad. Ellos, junto con los ciudadanos responsables y participativos, aún podemos rescatar a nuestro país, dándole viabilidad para que, desde el gobierno y fuera de él, se alcance la justicia, la verdad y el bien común que demanda la sociedad de hoy.