Bernardo Ardavín Migoni
Es bastante claro que, atrás de tantos muertos y desplazados, de tanta destrucción del legado histórico de las civilizaciones más antiguas de la humanidad, de las manipulaciones pseudo-religiosas que explotan el extremismo de multitudes ignorantes y fanáticas, está la discordia entre Estados Unidos y sus aliados, contra Rusia y los suyos, por el control de los yacimientos energéticos y la influencia geopolítica en Asia y Medio Oriente.
También, está la lucha entre israelitas y palestinos y los grupos terroristas Hezbolá y Hamas, que se oponen a la ocupación israelí y, en la actualidad, a la expansión de los asentamientos israelíes que, por cierto, violan las disposiciones, al respecto, dictadas por la ONU y su Consejo de Seguridad institución que, evidentemente, en todos estos conflictos ha mostrado su casi total inutilidad, porque las potencias Estados Unidos y Rusia actúan unilateralmente al margen de la comunidad internacional.
La inserción del extremismo musulmán ha dado lugar a la globalización de la Sharia, la ley islámica más estricta, sostenida por la Yihad, es decir, una especie de guerra santa contra los “infieles” en todo el mundo, especialmente las sociedades occidentales de origen judeo-cristiano. Ese ejército irregular cuenta ahora con enormes recursos del Banco Central de Iraq, el tráfico de drogas y la explotación del petróleo, así como con el fruto de diversas acciones criminales como la extorsión y los secuestros que, en conjunto, forman parte del botín de guerra.
Presuntamente bendecida por Alá, apalancándose en el punto de vista religioso de esos pueblos, en la mayoría musulmanes de diferentes prácticas, la bandera política delirante de sus líderes pretende la conquista de todos los pueblos vecinos de la antigua influencia árabe y turca para conformar un nuevo califato, encabezado por el líder de ISIS, Abu Bakr Al Baghdadi. La amenaza es, sin ninguna exageración, de carácter global, razón por la cual algunos líderes importantes están seriamente preocupados. Por ejemplo, el Papa Francisco declaró que había comenzado la tercera guerra mundial.
Al parecer, estamos ante una campaña para demoler el derecho a la vida, a la existencia. Para destruir la estimación por la vida, concreta, personal, de los niños no nacidos y también de los nacidos, que pueden ser vilmente explotados en formas inicuas, de mujeres y varones de todas las edades y todas las condiciones, especialmente por profesar alguna religión, por pertenecer a una determinada etnia, por haber llegado a la ancianidad, por sufrir alguna enfermedad, en medio de una confusión ensordecedora que, por un lado proclama la defensa de los derechos humanos, la no discriminación, la tolerancia y aceptación de las diferencias y, por el otro, promueve el asesinato de los niños mediante el aborto, la eugenesia, el asesinato de los ancianos mediante la eutanasia, envueltos todos en términos equívocos ---interrupción voluntaria del embarazo, derechos sexuales y reproductivos, derecho a una muerte digna…---, precisamente para generar la confusión.
La solución está en la vuelta a la consideración y el respeto de los verdaderos y fundamentales derechos humanos:
En primer lugar, el derecho a la vida, a la existencia dotada de las condiciones necesarias para que sea digna, lo cual implica la consecución del bien común, es decir el conjunto de condiciones económicas, sociales y políticas que permitan a todas las personas, en su conjunto, y a cada una de ellas y sus respectivas familias, un desarrollo pleno, libre y responsable, para alcanzar su felicidad atendiendo a la vocación particular que confiere a cada individuo un lugar especial y único en la comunidad humana. También está el derecho fundamental a la educación libre, y a la libertad religiosa, como parte primordial de la libertad de pensamiento. Mientras no se recupere el respeto a los auténticos derechos humanos, la justicia y la paz son inalcanzables. En México, tenemos una serie de obligaciones al respecto y debemos contribuir con la comunidad universal acrisolando nuestra comunidad nacional con los valores culturales e históricos que nos son propios.