Oscar Fidencio Ibañez
Después del mensaje en Palacio Nacional frente a los políticos y dirigentes del país al que me referí la semana pasada, el Papa llegó a hacer una oración prolongada al entrar en la Catedral Metropolitana, antes de dirigirse a los obispos y cardenales que esperaban ahí sus palabras.
Este mensaje a los obispos, quizá el más largo de su visita a México, es tan rico, que debería ser revisado con detalle por intelectuales, por presbiterios de todas las diócesis y por líderes laicos comprometidos en "el hacer presente, con el testimonio de la propia vida, el evangelio de Cristo en el mundo".
Está dividido en cuatro miradas e inspirado enteramente en una meditación del Papa sobre la Virgen de Guadalupe, se puede percibir no sólo en este mensaje, sino en todos los de su visita, las horas de oración pasadas frente a su imagen que el mismo confiesa "quería yo mismo ser alcanzado por su mirada materna. He reflexionado mucho sobre el misterio de esta mirada".
En esta reflexión sólo comentaré la primera mirada: "la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Aquello que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia".
Por eso, el Papa invita a los obispos: "Reclínense, pues, hermanos, con delicadeza y respeto, sobre el alma profunda de su gente, desciendan con atención y descifren su misterioso rostro". Y les recuerda cómo deben hacerlo: "Se necesita una mirada capaz de reflejar la ternura de Dios. Sean por lo tanto Obispos de mirada limpia, de alma trasparente, de rostro luminoso". "En las miradas de ustedes, el Pueblo mexicano tiene el derecho de encontrar las huellas de quienes «han visto al Señor» (cf. Jn 20,25), de quienes han estado con Dios".
El Papa recuerda que sólo con la fe en Cristo es posible afrontar los retos que presentan un mundo y una época cada vez más compleja, y que la tentación siempre presente de querer resolver o afrontar la realidad sólo a partir de la razón y las fuerzas humanas nos aleja del Padre. "¿Acaso podemos estar de verdad ocupados en otras cosas sino en las del Padre? Fuera de las «cosas del Padre» (Lc 2,48-49) perdemos nuestra identidad y, culpablemente, hacemos vana su gracia".
Y finalmente, en esta primera "mirada", el Papa plantea con toda claridad el reto del narcotráfico y sus implicaciones que exigen actitud profética y alejarse de las condenas genéricas: "Les ruego no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia".
El planteamiento de la grave realidad lo hace además con una propuesta para enfrentarlo: "Sólo comenzando por las familias; acercándonos y abrazando a la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades; involucrando las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, las comunidades políticas, las estructuras de seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada".
Esta primera mirada del Papa nos compromete a enfrentar el reto del narcotráfico con las herramientas de la gracia, de la ternura de Dios y del trabajo sistemático en familias, parroquias, escuelas e instituciones comunitarias, políticas y de seguridad.