Raúl Espinoza Aguilera
Sin duda, la reciente visita del Papa Francisco a México nos ha dejado una honda e imborrable huella. Pero ahora, nos corresponde a cada uno de nosotros dar continuidad y llevar a la práctica sus palabras, sus importantes mensajes.
En su "Mensaje para la Cuaresma del 2016" nos recuerda el Santo Padre que en este "Año Jubilar de la Misericordia" hemos de practicar numerosas obras de misericordia, tanto corporales como espirituales.
¿A qué me refiero concretamente? A las siguientes obras corporales: 1) Dar de comer al hambriento; 2) Dar de beber al sediento; 3) Visitar y cuidar a los enfermos; 4) Atender bien y con generosidad al migrante o al que no tiene hogar; 5) Regalar ropa a quien la necesita; 6) Visitar a los que se encuentran en la cárcel; 7) Dar sepultura a los muertos.
Y en el ámbito de las obras de misericordia espirituales se encuentran: 1) Enseñar al que no sabe; 2) Dar buen consejo al que lo necesita; 3) Corregir al que se equivoca; 4) Perdonar las ofensas; 5) Consolar al triste; 6) Sufrir con paciencia y buen ánimo los defectos de los demás; 7) Rezar por los vivos y difuntos.
Ayer observé un hecho que me edificó. En un camellón de una conocida avenida, se encontraba un pobre hombre, de unos cincuenta años, sin brazos y sin piernas, solicitando una limosna. De pronto, un modestísimo coche de una familia numerosa, se estacionó a un costado de la calle y un adolescente se bajó, cruzó con precaución la transitada avenida, llegó hasta el camellón y le entregó un billete al indigente, quien le pidió al joven que se lo depositara en un recipiente metálico. Y pensé en aquella frase que se menciona en la Biblia que: "Más recibe quien da generosamente al prójimo", porque me percaté que toda la familia saludaba con efusividad y alegría al discapacitado y aquel pobre hombre daba las gracias, a gritos, en medio del bullicio citadino.
Por otra parte, ¿no es verdad que todos tenemos algún familiar, pariente, amigo, colega del trabajo o antiguo compañero de estudios que se encuentra con alguna enfermedad -en un hospital o en su casa- y sabemos que se le visita poco y se encuentra con su padecimiento, sufriéndolo en soledad? ¿O sencillamente que es un anciano solo y abandonado? ¡Qué alegría le damos a él y a su familia, si nos damos el tiempo necesario, para ir a visitarle y contarle algunas cosas divertidas o entretenidas para levantarle el ánimo y, además, le decimos que rezamos por su pronta recuperación! Son detalles que mucho se agradecen.
Hace años, falleció un hermano mío, médico, que deseaba especializarse en Traumatología. Tenía escasos treinta años; y, de pronto y sin antecedentes cardiacos, sufrió un infarto masivo al miocardio y murió sorpresivamente. Como es de suponerse, fue un golpe emocional tremendo para toda mi familia, lo mismo que para sus colegas y amigos. ¡Cómo agradecí que mis amigos, y por supuesto mis familiares y parientes, estuvieran presentes tanto en el velorio, como en el entierro y, posteriormente, en las Misas que se celebraron por el eterno descanso de su alma! Fue tanto como decirme: "-Raúl, estamos contigo; los acompañamos a ti y a tu familia en su hondo pesar y esperamos en su feliz Resurrección". Porque, no es porque fuera mi hermano, pero era un joven médico con un corazón muy bueno y noble. Por sólo citar un ejemplo, se ofrecía por generosidad y deseos de servir a los demás, en trabajar horas extras, viajando en la ambulancia de la "Cruz Roja", y en el momento en que solicitaran de su ayuda -ya sea de día o de noche- para atender solícitamente a un accidentado.
Un día le pregunté a mi hermano: "-Arturo, ¿y por qué te dedicas tantas horas en atender a accidentados?" Y me respondió: "-¡Es una maravilla recoger en las calles o carreteras rostros y cuerpos desfigurados por los impactos y traumas físicos y, después de varias horas de intenso trabajo, recomponerles sus rostros y cuerpos y que, tiempo después, vuelvan a su vida normal! Y ya rehabilitados, con una sonrisa, me digan: "-Doctor, no sé cómo pagarle". Y Arturo concluía su relato contándome lo que les respondía: "-Usted me está pagando con ese buen ánimo y alegría con que ha regresado a su hogar, con su esposa, sus hijos y, de nuevo, con entusiasmo a su trabajo".
Y finalizo recomendando otra excelente acción que podríamos realizar en esta Semana Santa: ganar la Indulgencia Plenaria del Año Jubilar. ¿Cómo se obtiene? 1) Mediante una buena Confesión, es decir, acudiendo al Sacramento de la Reconciliación; 2) Recibiendo al Señor en la Eucaristía; 3) Realizando una obra de misericordia; 4) Rezar algunas oraciones por el Papa; 5) Aborrrecer de todo corazón el pecado y las ofensas hechas a Dios de nuestra vida pasada; 6) Y un detalle muy importante: hacerlo en el Santuario o Iglesia donde el Señor Obispo lo haya determinado. En la Ciudad de México, se han designado expresamente: la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe; la Catedral Metropolitana y las Vicarías Pastorales, o Iglesias donde cada Obispo tiene su sede territorial. Un aspecto que no hay que olvidar es que esas Indulgencias Plenarias las podemos aplicar por alguna de estas dos intenciones: 1) la primera, para pedir perdón a Dios por nuestros propios pecados; 2) La segunda, para pedir por todos nuestros queridos fieles difuntos. ¡Cuánto agradecerán esos familiares nuestros, ya fallecidos, que les brindemos ese invaluable regalo de enviarlos al Cielo, con la Infinita Misericordia de Dios, y mediante esa Indulgencia Plenaria Jubilar!