Luis Pazos
Los comentarios del Papa Francisco, de que hay que perdonar a quienes se divorcian y a mujeres que abortan, despertó diversos comentarios entre católicos y no católicos. Tradicionalmente, a quienes cometían esos pecados los ex comulgaban. Sin adentrarme en tan controvertidos puntos de vista, en un libro de catecismo que leí hace muchos años, dice que no hay que combatir al pecador sino al pecado.
Un filósofo, especialista en estudios comparativos de religiones, me comentó que una de las principales diferencias entre el Antiguo y el Nuevo Testamento es el "ojo por ojo y diente por diente" que prepondera en el antiguo, y el "perdón" en el nuevo.
El catolicismo, a diferencia de otras religiones, basa sus enseñanzas fundamentalmente en el Nuevo Testamento, que reitera en varios pasajes el perdón como uno de los pilares de la ética cristiana. Hablamos del perdón interno, personal, a quien causó un daño a nuestra reputación, patrimonio o integridad física, lo que no implica que impidamos que las autoridades civiles castiguen esos actos si van contra la ley.
Si alguien me robó, puedo exigir me devuelva lo robado y a la vez perdonarlo, o no exigirle lo robado y no perdonarlo, sentir odio, ira y deseos de venganza por ese robo.
El Papa habló del perdón por actos que la moral cristiana considera pecados graves, independientemente de que sean legales o ilegales ante la ley.
Estudiosos del origen psíquico de las enfermedades, concluyen que no perdonar una ofensa, que implica olvidarla, enferma y aleja la felicidad. Cuesta trabajo perdonar, pero no perdonar y odiar enferma; por ello, más allá de consideraciones morales y religiosas, por el bien de nuestra salud, es recomendable perdonar, dejar de odiar, de envidiar y de enojarnos, aun con razones para hacerlo.
El mensaje del Papa Francisco en cuanto al perdón en la dimensión religiosa a divorciados y mujeres que abortan, no es moda, sino una nueva interpretación, discutible, de las enseñanzas de Cristo. La oración más repetida entre católicos, el Padre Nuestro, nos da a entender –contrario sensu– que si no perdonamos a los que nos ofenden, no podemos pedir a Dios que nos perdone.
El perdón nos lleva a ser mejores cristianos y a conservar la salud.