Antonio Maza Pereda
Al proponer la Doctrina Social Católica, es fácil caer en argumentos que sólo convencen a los que ya creen en lo que la Iglesia propone. Hace falta desarrollar argumentaciones que puedan convencer a quienes, en materia social, todavía no le creen a la Iglesia.
Hace poco propuse en estas páginas, y sigo proponiendo, un debate sobre la pertinencia y la bondad de la Doctrina Social de la Iglesia. No ha habido mucho eco y el que he podido ver se ha basado en argumentos teológicos, filosóficos, religiosos y sociales, pero ninguno en argumentos económicos o estadísticos. Algo hay de circular en esos argumentos, por ejemplo: la Doctrina Social nos la propone la Iglesia porque es buena para todos. ¿Y por qué decimos que es buena? Porque nos la propone la Iglesia. Buen argumento para los que ya creen, pero que no convence a los que no están previamente convencidos.
Un modo de debatir sería aportar estadísticas duras demostrando que los países que han seguido un sistema social como el que propone la Iglesia, son más prósperos, sus economías crecen más rápido y la riqueza está mejor distribuida que en aquellos que siguen otros sistemas: Liberalismo, "Capitalismo de compinches", Populismo, Socialismo democrático o Socialismo real, por ejemplo.
Otra vía sería demostrar que hay empresas, de diversos tamaños y condiciones, que han podido sostener esta doctrina por un tiempo largo y que, en el largo plazo, han sido muy exitosas. Aquí, por supuesto, el problema es encontrar empresas pequeñas y grandes que sigan estos criterios integralmente. No como muchas empresas que, como dice una consultora amiga mía, reciben el certificado de Empresa Socialmente Responsable porque donaron algunas bancas al parque del barrio. Es importante dejar claro que filantropía no es lo mismo que el cumplimiento integral de la Doctrina Social Católica.
Un debate en forma debería poner a discusión algunos elementos que, desde los escritos de León XIII, están sobre la mesa:
• El papel de la propiedad privada en la sociedad, y si debe tener límites, quién debe ser el que los establezca.
• Cuál es el papel de los cuerpos intermedios (sindicatos, asociaciones, gremios) en la conducción de la economía.
• Quién representa a la sociedad en temas económicos. O puesto de otro modo: ¿Tiene el Gobierno el derecho a regir la actividad económica?
• ¿Quién y cómo debe definir qué es lo justo es materia económica: qué es un salario justo, una utilidad justa, unos precios justos?
• Cuáles son los mecanismos para limitar el poder de monopolios y monopsonios, y quién dirime los conflictos entre esos poderes concentradores de riqueza y la Sociedad.
• Tal vez, unos puntos que están detrás de estos anteriores: ¿Qué es el bien común? ¿Quién lo define? ¿Cómo resolvemos el conflicto de los beneficios a corto plazo que crean problemas irresolubles a largo plazo, como el caso del "Estado Benefactor", que dio beneficios a corto plazo, pero que ahora está en quiebra en muchos países?
Estos son sólo algunos temas, los más inmediatos. Algo así como el aperitivo de una serie de debates más a fondo.
Para un debate serio, deberían establecerse ciertos límites. No aceptar argumentos dogmáticos de ningún signo ni argumentos de autoridad. Basarse en datos duros, con soporte racional, científico y académico. No desechar opiniones adversas sin un análisis concluyente de que no se pueden demostrar con argumentos lógicos. Y, sobre todo, llevar a ese debate a especialistas muy reconocidos y representativos de todos los esquemas sociales que se proponen a la Sociedad.
No es sencillo. Por ejemplo, debe ser muy difícil encontrar expertos con argumentos a favor de que el "capitalismo de compinches" sea lo más beneficioso para la sociedad. Posiblemente sea difícil encontrar quienes puedan debatir a favor de otros de los sistemas económicos antes mencionados. Y bien puede ser que los proponentes de la Doctrina Social Católica reconozcan que no tienen las capacidades para discutir a ese nivel.
Si ese fuera el caso, sería muy importante reconocer que hay que profundizar, desarrollar argumentaciones convincentes y, probablemente, gastar en hacer la investigación pertinente para crear información que permita debatir con profundidad. Esto no se puede hacer con "amateurs" que dan algunas horas al mes. Esto requiere de profesionales muy calificados que se dediquen de tiempo completo a estos temas.
Mientras tanto, hay que reconocer que sólo podemos predicar a los ya convencidos. Lo cual no es poca cosa: puede ser que muchos convencidos no entendamos el alcance de estos temas. También puede ser que nos demos cuenta de que no estábamos tan convencidos como creíamos o que no teníamos razones para sustentar nuestras creencias. ¡Y eso, créanme, ya sería un gran avance!