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El gobierno opta por alimentar cocodrilos

gobierno cocodrilosJosé Antonio Ortega Sánchez

"Un apaciguador es alguien que alimenta al cocodrilo, esperando que se coma a otro antes que a él".

– Winston Churchill

Un periodista de un medio internacional, al estudiar el ranking de las 50 ciudades más violentas del mundo y otros estudios sobre homicidios, preguntaba: ¿Por qué la violencia es más elevada en América Latina y en África, que en otras regiones del mundo?

La respuesta está en la debilidad del Estado, en que incumple su función primordial, si no es que única legítima: la de controlar la violencia.

La definición moderna más acertada del Estado es la de que se trata de una institución que reclama con éxito para sí el monopolio de la violencia.

No es que en donde existe el Estado deja de ocurrir violencia por parte de particulares, sino que el Estado reprime a quienes tratan de romper su monopolio. De eso se trata la justicia penal precisamente, de no dejar impunes los actos de violencia y en particular los más extremos de ellos que son los homicidios.

Una constante en la sociedades más civilizadas –y que por lo mismo son las más libres y prósperas– es que la gran mayoría de los homicidios no quedan impunes. En Estados Unidos, cuando menos los autores de 65 de cada 100 asesinatos son detenidos, acusados y condenados. En Europa, el castigo llega a 80 de cada 100 homicidas, y en Japón, Taiwán, Hong Kong o Corea del Sur, el castigo llega a 90 de cada 100. Por eso las tasas de homicidio de esos países son sumamente bajas.

En México, en contraste, apenas el 20% de los homicidios merece castigo; para éste y otros delitos violentos hay una abrumadora impunidad. Y en la mayor parte de América Latina y África la situación es por el estilo.

De matar de hambre a los cocodrilos...

Pero la homicida no es la única violencia que el Estado reprime y controla. ¿Por qué no hay bloqueos de carreteras y calles en Estados Unidos, Japón, Australia y la mayor parte de Europa? Porque al primer intento de atentar contra el libre tránsito, el Estado actúa sin miramientos contra los infractores, sin importar cuán legítimas o ilegítimas sean las demandas de quienes cometen estos delitos.

Y en estas sociedades, la inmensa mayoría está de acuerdo con este proceder del Estado, con su política de cero tolerancia a cualquier manifestación violenta. Si varios sujetos bloquean carreteras, le queman los testículos o balacean a policías e incendian camiones y edificios, no surge un clamor de la sociedad en favor de los infractores, ni aparece una comisión de derechos humanos para pedirle al gobierno que permita a los violentos seguir atropellando los derechos de los demás, y ¡el colmo!, para pedirle que se ponga a negociar la ley con esos delincuentes.

Y por su supuesto, ahí donde prevalece el Estado de Derecho, el gobierno no puede tolerar que existan grupos dedicados a cometer actos violentos, esto es, que existan milicias privadas, porque la única milicia permitida es la pública, la del Estado.

Y todo esto es así en las naciones civilizadas, porque gobernantes y gobernados saben que si se tolera cualquier acto de violencia, grande o pequeño, la violencia crece, se hace costumbre, y la convivencia pacífica se ve amenazada y termina por ser destruida.

Winston Churchill resumió así el espíritu intransigente de la sociedad civilizada: "Un apaciguador es alguien que alimenta al cocodrilo, esperando que se coma a otro antes que a él".

Y Churchill se refería a una situación histórica muy específica: a la claudicación del gobierno británico ante los nazis.

Ante el reclamo de Hitler sobre una parte del territorio de Checoslovaquia, en 1938, el gobierno británico dobló las manos, permitió que Alemania se anexionara toda la región checoslovaca de los Sudetes.

El gobierno británico justificó su cobardía y su traición a Checoslovaquia, su aliado, alegando que de esa manera Europa se evitaría una guerra con la Alemania nazi.

Pero los nazis no cumplieron el compromiso de no hacer nuevas exigencias territoriales, y para la primavera de 1939 ya se habían apoderado de toda Checoslovaquia, sin disparar un solo tiro.

¿Evitó eso la guerra? Por el contrario, los nazis se envalentonaron y llevaron a la humanidad al conflicto bélico más sangriento de la historia y que a la Gran Bretaña le costó una alta cuota de "sangre, sudor y lágrimas".

Y es que eso pasa cuando se alimentan cocodrilos, incluso con la carne de los otros: quienes trataron de alimentarlos para apaciguarlos terminan siendo devorados...