Antonio Maza Pereda
"Les escribo a ustedes, jóvenes, porque son fuertes y la palabra de Dios permanece en ustedes y han vencido al maligno" (1 Juan 2, 12).
En todo el mensaje del Papa Francisco a los jóvenes puede verse el espíritu de la primera epístola del apóstol San Juan. Un mensaje que contrasta fuertemente con el que muchas veces se escucha al referirse a la juventud. Un mensaje que a veces es de desconfianza, hablando de la "juventud descarriada" o cosas similares. No es ese el concepto que tiene el Papa de los jóvenes. Es un mensaje de confianza, de admiración y respeto. Un mensaje que expresa por todas partes una gran certeza de que en los jóvenes está la solución a muchos de nuestros problemas. Dicho de otro modo: los jóvenes no son el problema, son una parte importante de la solución.
El mundo, al mismo tiempo que incita al libertinaje y al desenfreno a toda la humanidad, no sólo a los jóvenes, tiene una profunda desconfianza en los hechos sobre las capacidades de la juventud. De ahí el desempleo, de ahí la dificultad para encomendar a los jóvenes las decisiones importantes.
El Papa, siguiendo una larga tradición que empieza el día de la Ascensión, termina su despedida con un envío, encomendando a los jóvenes una misión. Una misión tan importante, que sólo puede encomendarla a los fuertes y a los que han vencido al maligno. La Jornada Mundial de la Juventud, les comenta, "podría decirse que comienza hoy y que se continúa mañana, en casa, porque es ahí donde Jesús quiere encontrarnos a partir de ahora".
Jesús, añade, quiere ir a tu casa y te llama por tu nombre. Tu nombre, les dice, es precioso para Él. ¡Tú eres importante! No por lo que tienes, no por el vestido o el móvil, por el hecho de que estés a la moda o no. Le importas tú, y lo que vales no tiene precio, concluye.
Muy interesantemente, lo que pide en este envío es la oración. No la pide a viejitos y viejitas rezanderos, de quienes se podría pensar que sólo les quedan fuerzas para rezar, mientras que a los jóvenes les tocaría la acción. Pero, después de días intensos reflexionando sobre la misericordia, sus obras materiales y espirituales, el Papa corona la JMJ con un fuerte llamado a la oración. A la relación profunda con Jesús.
Y, tomando el pasaje de Zaqueo como ejemplo, ilustra los obstáculos para esa relación. La baja estatura, sentirnos poca cosa ante Jesús, sin recordar que la verdadera estatura nos la da el hecho de ser hijos de Dios. Complacernos en la tristeza, nos dice, no es digno de nuestra estatura espiritual.
El segundo obstáculo es la vergüenza paralizante. La conciencia de nuestras fallas, nuestro pecado, nuestros múltiples errores. Zaqueo venció esa vergüenza mediante una intensa atracción por Jesús. No tengan miedo, les dijo el Papa Francisco, a llevar nuestras debilidades, dificultades y pecados a la confesión. No tengan miedo de decirle SÍ con todo el corazón a Jesús.
El tercer obstáculo es la multitud que murmura, los que nos juzgan, murmuran y nos llaman ilusos, desconectados con la realidad, y que también nos juzgan como hipócritas por predicar la buena nueva a pesar de todas nuestras fallas. Como si sólo los perfectos tuvieran derecho de hablar con Dios y de Dios.
Para mí, el mensaje que resume el envío, la misión que el Santo Padre encomienda a los jóvenes es la frase: "No se desanimen: con sus sonrisas y sus brazos abiertos, predican la esperanza y son un bendición para la única familia humana".
Vaya un mensaje. Gozoso, exigente, luminoso. Sin componendas ni temores. Un mensaje de esperanza y confianza en nuestros jóvenes católicos. El envío para que ellos transmitan la esperanza y fortalezcan la nuestra. Nada menos. Una gran tarea, un reto muy difícil. Pero el Papa sabe que nuestros jóvenes están a la altura de esos retos.