Antonio Maza Pereda
¿Es un demonio, un lobo disfrazado de oveja? ¿Es un cuasi santo, listo para ser canonizado? ¿Es el desastre para muchos? ¿Es la salvación para otros muchos, incluyendo los que tenían el derecho y el poder de darle la presidencia del país más poderoso del mundo?
Es curioso que, a muchos kilómetros de Washington, y tanto en ambientes cristianos como en no religiosos, se arriesga uno a perder amigos, o, en el extremo, a ser excomul-gado si expresa opiniones en pro o en contra del señor Trump. Ha despertado filias y fobias muy profundas, ha tocado heridas añejas, odios encarnados nuevos y viejos.
En términos generales, ha logrado que los medios y la prensa que presumen de liberales se hayan vuelto intolerantes. Que los que presumían de demócratas, ahora salgan a las calles desconociendo las elecciones de Estados Unidos. Ha unificado en su contra a muchos gobiernos que presumían de no intervenir en los asuntos de otros países. O se le ama o se le odia. Y nadie acepta que pueda haber términos medios. Haga usted la prueba y verá que saldrá raspado.
Lo que es cierto es que en Estados Unidos se ha estado sembrando el odio. Y no viene al caso discutir quién lo sembró en primer lugar o quién lo sembró en mayor cantidad. La siembra está hecha. La cosecha, con toda seguridad, será desastrosa. Por eso el Arzobispo Joseph E. Kurtz, presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, en su carta al Presidente Electo, habla de que algunos dudan de que el país pueda reconciliarse y dejen de verse como Demócratas o Republicanos, amargamente divididos. Pide que vean (veamos) en quien piensa diferente el rostro de Cristo.
Algo urgente en cualquier país, pero más aún en Estados Unidos, con más armas en manos de civiles que pobladores (más de 350 millones de armas), donde el odio puede desatar una guerra civil más atroz que la que tuvieron en el siglo XIX. Ya hay en Estados Unidos mexicanos, residentes legales y naturalizados, que temen que empiecen las matanzas. Algunos están buscando el modo de emigrar a Canadá. Ya se empiezan a cosechar los vientos, las tempestades.
La siembra del odio ha ocurrido de muchos modos, abierta y solapada:
– El lenguaje incendiario e intolerante de Trump, innegable para los que vieron los debates o siguieron sus discursos;
– y del otro bando los hechos de los que se negaron a escuchar las preocupaciones de una parte importante de la población, basándose en lo "políticamente correcto" en temas como el respeto a la vida, por ejemplo;
– el olvido de la América Rural y centrarse en ciudades y universidades para conducir la política, ha creado un resentimiento que dura décadas ya;
– el desencanto y el desengaño con una clase política, que se percibe corrupta, basada en sus propios intereses y sin representar de fondo a sus electores y nominalmente representados.
Todos esos ingredientes han formado una mezcla venenosa, que ha sembrado discordia entre la población de Estados Unidos, y que, dada la imagen que ha proyectado el Presidente Electo, no se ve por dónde se podrá sanar. Las heridas son profundas y no se ve al médico compasivo que sane y una.
En cuanto al señor Trump, hay que darle el beneficio de la duda; pero, como dice el escritor José Luis Restán, su trayectoria es un poco ambigua. O mucho. Hay que hacer un acto de fe para creerle sus posturas que buscaban captar a distintos públicos: el religioso, las clases mediasa baja y pobre, la población rural. Y también para creer, sin que él haya dado señales contundentes, que no es tan misógino, tan racista o tan antimexicano. Que realmente es mucho creer.
Aquí tenemos el clásico conflicto entre el fin y los medios. Un fin bueno no justifica los medios malos. El deseo, muy legítimo, de volver a hacer grande a Estados Unidos, no justifica la siembra del odio. Del mismo modo que la protección de minorías o de ideologías "progres" tampoco justifica tal siembra.
La posición del Arzobispo Kurtz, de un deseo de cooperar, pero con la libertad de testimoniar, me parece una posición sensata, que en estos tiempos de crispación y odio será, me temo, tomada muy a mal. Unos, porque sentirán que se le da a Trump un cheque en blanco. Otros, porque no se le da un apoyo irrestricto. Unos esperan aplauso sin reservas. Otros, un rechazo total. Muy pocos, al parecer, ven y asumen una situación intermedia.
Este odio que está sembrado amenaza con causar divisiones irreparables también afuera de Estados Unidos, dado el modo como el señor Trump ha marcado su línea en lo internacional. Se habla de preocupación, de incertidumbre, de toda clase de cataclismos, empezando por lo ecológico y llegando a lo militar. Pero es importante no dejarnos contagiar por ese odio. Que no logre dividirnos. Nada bueno puede salir del odio, no importa cuán excelentes sean los fines que se busquen.