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InicioEN LA OPINION DE:Un año y una semana

Un año y una semana

atencion familiarÓscar Fidencio Ibáñez

"La gloria del Padre es la vida de sus hijos. No hay gloria más grande para un padre que ver la realización de los suyos; no hay satisfacción mayor que verlos salir adelante, verlos crecer y desarrollarse". Así inició la reflexión del Papa Francisco hace un año y una semana en la misa de despedida que celebró en Ciudad Juárez. Esta aspiración común de cualquier padre o madre de familia constituye muchas veces la más alta motivación para enfrentar la vida.

Si los padres de familia en el mundo invirtieran más tiempo para cuidar, acompañar y formar a sus hijos, quizá sería más fácil que entonces los vieran "salir adelante", "crecer y desarrollarse". El día de la visita del Papa a la frontera, una trabajadora y madre de familia le confió que lo que se necesita es que las empresas brinden facilidades de horario a sus empleados para que puedan estar más tiempo con sus hijos y prepararlos para la vida.

La mujer juarense dijo al Papa: "Creemos que la decadencia y el conflicto de valores en nuestra sociedad, surge, en parte, por una ausencia de los padres en el hogar. Cada casa, cada familia, debería ser una escuela de humanidad, en donde se aprenden las cuestiones esenciales: la solidaridad, el aprecio, el cuidado de unos por otros, el respeto, la dignidad humana". Y añadió: "Debemos intentar una nueva sociedad, una nueva forma de ver la vida y de relacionarnos. Queremos paz, salarios dignos, jornadas laborales de ocho horas para dedicar más tiempo a la familia".

El Papa continuó reflexionando en la Eucaristía con palabras sacadas de las Sagradas Escrituras, pero que parecían describir la realidad del país: "Ve, ayúdalos a comprender que con esa manera de tratarse, regularse, organizarse, lo único que están generando es muerte y destrucción, sufrimiento y opresión". Y más adelante: "Ve y anuncia que se han acostumbrado de tal manera a la degradación, que han perdido la sensibilidad ante el dolor. Ve y diles que la injusticia se ha instalado en su mirada".

Los gestos del visitante estuvieron llenos de misericordia en esta última jornada de su peregrinación: al llegar a visitar a los presos, al invitar a víctimas de la violencia y a enfermos a estar en la primera fila de la celebración eucarística, al orar y presentar una ofrenda en la cruz del migrante para señalar su apoyo y acompañamiento, a todos aquellos que arriesgan vida y familia en el camino hacia una vida mejor, invitándonos a que todos también mostremos misericordia a los demás.

El Papa hizo especial énfasis en la realidad de los migrantes: "Son hermanos y hermanas que salen expulsados por la pobreza y la violencia, por el narcotráfico y el crimen organizado". Una realidad que ahora se vuelve más cercana por las políticas migratorias de Estados Unidos.

Francisco invitó a no rehuir el proceso de transformación que pasa por las lágrimas y que nos puede llevar como comunidad a superar nuestros problemas: "Son las lágrimas las que logran sensibilizar la mirada y la actitud endurecida y especialmente adormecida ante el sufrimiento ajeno. Son las lágrimas las que pueden generar una ruptura capaz de abrirnos a la conversión".

A un año de su visita, necesitamos mejorar los tiempos de atención familiar con programas especiales en las empresas, asumir la necesidad de trabajar en los valores desde la familia, la escuela y las iglesias, y por supuesto, llorar o enfrentar existencialmente lo que hemos hecho mal, como un proceso de cambio personal y social.

Cada día es una oportunidad para reflexionar y asumir lo que nos corresponde de los gestos y palabras del personaje que quiso venir a acompañar a una comunidad sufrida, con una propuesta de transformación desde la misericordia y la solidaridad con los demás, desde los gestos y el acompañamiento concreto a quien sufre. El Papa vino a México como peregrino de esperanza y paz, como un mensajero de Dios que busca nuestro rostro en la necesidad y sufrimiento del prójimo.