Estamos viviendo en tiempos de mucha convulsión y violencia, el hombre ha apartado a Dios de su vida y las consecuencias se pueden ver en todos los ámbitos de la convivencia social. Los hijos no respetan a los padres, los padres no aman a sus hijos, las autoridades no sirven a sus ciudadanos y éstos no obedecen las reglas que aquellos imponen para la sana convivencia. Los ricos se dedican a atesorar cada vez mayores bienes y los pobres se dedican a ver como escamotean a quienes si los tienen. Pero es que hace algún tiempo le dijimos a Dios que se metiera al templo, que ahí lo buscaríamos cuando lo necesitáramos, le dijimos que no nos interesa lo que él tenga que decirnos sobre cómo educar, como mandar, como cuidar el entorno… en pocas palabras nos revelamos en contra de su amor, porque su yugo nos pareció pesado, y es que, a quién se le ocurre poner reglas sobre la vida sexual de la gente, o sobre cómo cada persona decide sobre el uso de sus posesiones; más aún, por qué alguien tendrá que venir a decirme como tratar a mis padres o que normas seguir con las personas que me rodean. Las consecuencias ahí están, nos afectan todos los días en nuestro hogar, en nuestro negocio o trabajo, en nuestro vecindario y nuestra ciudad. Pero Dios no se ha olvidado de nosotros, su Misericordia es eterna, solo está esperando que le permitamos venir en nuestro auxilio. ¡Que Dios los bendiga!