Al llegar a la plaza de Chilpancingo, los maestros fueron apoyados por las policías comunitarias, quienes le dijeron al gobierno federal que <se siente a dialogar con los maestros para hoy a las 12 del día o "se va a arrepentir">. Ya vimos a estas policías comunitarias desfilar armadas por la Autopista del Sol, ya las vimos ejercer la violencia para detener, juzgar y condenar a los que han cometido algún crimen. Ahora, estas policías comunitarias se han proclamado valedores de los maestros, y en un discurso muy similar al que hemos oído de algún candidato de izquierda, dicen que no van a permitir abusos de la autoridad, y que están dispuestos a hacer una demostración de fuerza y organización. Un poder paralelo al gobierno, con capacidad de fuego y organización propia, dispuesto a enfrentarse con éste, es lo más parecido a una milicia insurgente, rebelión armada o guerrilla. Son unos cuantos, no tienen respaldo de la sociedad, pero se constituyen en portadores únicos de la verdad, defensores máximos de la justicia y redentores misericordiosos de los pobres; todo esto ¿para qué?, para que no evalúen el trabajo de aquellos que tienen la responsabilidad de educar a los niños, para que no se les ocurra la temeridad de despedir al inútil, para que no se pretenda aplicar la ley al que, faltaba más, decida violarla porque le resulta incómoda. A esto, el gobernador Aguirre responde con el llamado al diálogo, pero ¿cómo se puede dialogar con el que posee la verdad absoluta?, ¿cómo se negocia con el juez supremo?, ¿cómo se consigue que el bienhechor absoluto corrija el rumbo?, ¿cómo se confía en el que no quiere respetar las leyes? Ante estas preguntas, la única respuesta viable es el uso contenido de la fuerza mínima necesaria por parte del Estado para lograr que las cosas vuelvan a la normalidad; pero ahí es a donde quieren llegar precisamente, para encender una mecha que después no se podrá apagar con facilidad.