La formación de los jóvenes, y de uno mismo, requiere que se trabaje en generar virtudes, más que valores. Los valores son, desde el punto de vista filosófico según lo define la Real Academia Española: Cualidad que poseen algunas realidades, consideradas bienes, por lo cual son estimables. Los valores tienen polaridad en cuanto son positivos o negativos, y jerarquía en cuanto son superiores o inferiores. En tanto que las virtudes son: Disposición constante del alma para las acciones conformes a la ley moral. Como se ve hay una gran diferencia entre unos y otras. Los valores son precisamente los valores morales que se pueden poseer o no, mientras que las virtudes son una definición de la persona en cuanto su voluntad está formada para comportarse de acuerdo a esos mismos principios morales. Educar en los valores implica que se transmita el conocimiento de lo que es bueno, positivo y superior; formar las virtudes implica vencerse de manera cotidiana para actuar, no conforme a las propias inclinaciones, sino sujeto a las normas que aceptamos como verdaderas, consideramos benéficas y construyen una sociedad más perfecta. Educar en los valores es fácil, porque basta documentarse y transmitir el conocimiento que se ha adquirido mediante técnicas pedagógicas adecuadas, mientras que formar las virtudes es sumamente difícil porque implica que se dé testimonio con el propio ejemplo. Cunado se transmiten valores, las personas conocen la moralidad de sus actos, pero no siempre se conducen de acuerdo a ella, esto genera confusión y desasosiego en la juventud y rechazo en la madurez; cuando se forman virtudes siempre se conduce la persona de acuerdo a preceptos morales superiores y se le reconoce como una persona íntegra. Esa es la diferencia entre enseñar y educar a las y los jóvenes, y es la diferencia entre una sociedad desordenada y una armónica.