La semana pasada las cifras de desempleo en España llegaron a 6.5 millones de personas y en Francia se enfocaron las baterías en criticar a Alemania, único país con superávit en su presupuesto; esta semana, el ex ministro de finanzas del Reino Unido dijo que es tiempo de que esa nación se salga de la Unión Europea y se suma así al llamado del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP por sus siglas en inglés). Además de España también Grecia, Portugal, Irlanda, Italia y Chipre enfrentan graves problemas financieros; y Francia, guiada por el señor Hollande, parece querer seguir el camino del fracaso que, hace casi una década, emprendiera José Luis Rodríguez Zapatero y que, apenas después de dos años, empieza a enderezar Mariano Rajoy. Es así como vemos que el Tratado de Maastricht está llevando al fracaso el sueño de una Europa unida, y es que este engendro neoliberal tiene una visión exclusivamente economicista y pierde de vista el sentido humano y trascendente de una Europa anclada en sus raíces cristianas, trabajadora y solidaria. De persistir esta situación, sin duda, veremos la caída de un grande, no sin consecuencias graves para el resto del mundo. A pesar de su crisis, la Unión Europea es la economía más grande del mundo, su posición geográfica es determinante en el orden mundial y su cultura es la más influyente en todo el globo terráqueo. Ninguna potencia puede permanecer ajena a la suerte de Europa, ni EEUU como su principal aliado y socio comercial, ni Rusia como su vecino más extenso, ni China y Japón, tan ligados a su economía, ni América Latina, heredera de su cultura religiosa. Europa aún se puede levantar, y sin duda lo hará, pero para ello tendrá que cambiar radicalmente su posición con respecto a la naturaleza de esa unión, la gente que la forma y su compromiso frente al resto del mundo.