La lucha por la autonomía en las universidades públicas de México nace como una necesidad ante el manejo político que realizaba el poder público (y aún hoy realiza en los casos donde no existe autonomía… incluso a veces donde se supone que si la hay) en el nombramiento de autoridades. Esto se traducía en una enseñanza sectaria de la ciencia, donde lo importante no era la búsqueda y difusión de la verdad, fin último de la universidad, sino el complacer a los poderosos caciques. Así se buscó la autonomía en prácticamente todas las universidades del país, fue una lucha intensa en la que se involucraron maestros y estudiantes y que también dio origen al nacimiento de muchas universidades privadas ante el descontrol que vivió la universidad pública. Desgraciadamente hoy parece haberse olvidado el sentido de esa lucha, las universidades se convierten nuevamente en arenas políticas que dirimen intereses electorales, sus recursos son utilizados de manera discrecional y extra académica, al amparo de una autonomía que parece patente de corso para cualquier tipo de desorden. Los rectores no son los que velan por la pureza académica de esos recintos de saber, sino alfiles en la lucha por el poder; los estudiantes, simple carne de cañón en la lucha partidista que busca el beneficio de un grupo o partido; los maestros engranes de una maquinaria electoral. Para esto no fue concebida la autonomía universitaria, se requiere una lucha que renueve el espíritu académico universitario y les devuelva su sentido de generadoras y difusoras de cultura, una cultura que tiene que estar centrada en el ser humano y sus necesidades en un mundo sustentable y abierto al crecimiento espiritual, intelectual y material de cada uno de los miembros de la comunidad; y entonces sí, habrá que darles recursos suficientes para lograr estos nobles objetivos.