El pasado jueves, el Papa Francisco recibió a los nuevos embajadores de diferentes países, y aprovechó la ocasión para hacer un llamado a los jefes de estado y a los políticos en general, para afrontar con honestidad, valor y solidaridad, una reforma ética del modelo económico en el que vivimos. Después de destacar los aspectos positivos de los avances del mundo moderno, señaló que, incluso en los llamados países desarrollados “la alegría de vivir va disminuyendo; la indecencia y la violencia aumentan; la pobreza se vuelve cada vez más impactante”. Después de este señalamiento, va a las causas, y la frase es demoledora: “esta situación, en mi opinión, se encuentra en nuestra relación con el dinero y en nuestra aceptación de su imperio y dominio en nuestro ser y en nuestras sociedades. De este modo, la crisis financiera que estamos viviendo, nos hace olvidar que su primer origen se encuentra en una profunda crisis antropológica ¡en la negación de la primacía del hombre!”. Este Papa, que en su historia personal cuenta con una profunda sensibilidad y vivencia de la pobreza, llama a buscar superarla, con un sentido de solidaridad entre los hombres. Sin duda este reto, que también nuestra sociedad enfrenta, requiere de un compromiso personal para luchar contra la injusticia e impedir que el dinero se convierta en la medida de nuestras acciones y nuestras decisiones. Con tristeza todavía vemos como en empresas comprometidas con la responsabilidad social, el atentado contra la dignidad de la persona es cotidiano, importan más los resultados fríos que reflejan los números, que la verificación en campo de que los procesos se realizan de manera adecuada y comprometida con la empresa. Nuestros empresarios harían bien en considerar que sus trabajadores no son maqui-nas productoras, sino seres humanos que todos los días entregan parte de su vida en beneficio de quien los emplea.