En la película de Karate Kid de los años 80’s, cuando Daniel Larusso llega emocionado a decirle al señor Miyagi que ha conseguido su licencia de conducir, éste lo felicita y le dice: “Recuerda que esto (la licencia) no sustituye a esto (la cabeza)”. Todos los fines de semana nos enteramos en las noticias de accidentes graves, principalmente entre jóvenes, por conducir a exceso de velocidad o bajo los efectos del alcohol, más aún, en competencias y descuidos sin sentido. Según los expertos en el tema, la mayor incidencia de este tipo de accidentes se da durante el primer año posterior a la obtención de la licencia. El asunto es, por supuesto, un tema de salud pública, pero también y fundamentalmente, una responsabilidad de educación de los padres.
Aprender a conducir representa para el joven su acceso a la vida adulta, su liberación final, por así decirlo, de ahora en adelante podrá ir a donde quiera. A los padres nos toca educar esa capacidad técnica, no se trata simplemente de llevarlos a una escuela de manejo y que aprendan a cambiar velocidades, sumirse en el tráfico, mantener el carril, acelerar y frenar. Se trata sobre todo de ser un conductor responsable, saber que el automóvil no es sino una herramienta que está al servicio de la persona. Pero sobre todo, hay que enseñarles a ser responsables, que al manejar se convierten en verdaderas armas potenciales, por lo que la vida de los peatones, los ciclistas, otros conductores y muchas veces sus acompañantes está a su merced y deben apreciarla y respetarla.
Un buen padre no es el que le suelta las llaves del automóvil a su hijo a capricho, sino el que es corresponsable en su manera de conducir, le acompaña y le corrige. Así se evitarán muchas tragedias que de otra manera podemos lamentar por el resto de nuestras vidas.