Desde hace no pocos años, pero de manera especial en el último decenio, el debate sobre el derecho a la vida y la protección de la familia digna parece haberse convertido en el tema central del mundo. Países como España, Francia y Holanda se sienten orgullosos de ser los que están a la “vanguardia” de este tema con la aprobación del aborto y el matrimonio homosexual, mientras que Costa Rica y Rusia los han rechazado tajantemente. En medio hay multitud de países con diversos grados de inclusión/rechazo del tema, entre ellos México, donde el Distrito Federal lleva la voz cantante en la promoción de la cultura de la muerte con sus grupos de izquierda anticristiana impulsando estos temas, mientras que muchos estados han legislado incluso el derecho a la vida desde la concepción. El primer tema, el derecho a la vida, es una cuestión crucial. Las leyes están para proteger al más débil, esa es su razón de ser. En el debate se ha incluido una falacia para racionalizar el tema: el derecho de la mujer sobre su cuerpo; y una premisa falsa, ¿el no nacido es un ser humano?. Con estos dos argumentos, se pretende destruir el derecho a la vida del ser más indefenso en el universo, el que requiere de la protección de la madre para llegar al culmen de la gestación y poder así nacer. Si bien es cierto que todos tenemos derecho a decidir sobre nuestro cuerpo, ese derecho no incluye el dañarlo, ya que por todos los medios se busca impedir el suicidio o la mutilación de las personas que padecen de sus facultades mentales. Sobre el segundo tema, la naturaleza humana de lo que los racionalistas han dado por llamar “el producto”, tenemos que admitir que no se puede esperar, según las reglas de la biología, que haya un ser distinto a un ser humano en la gestación humana; si es un ser humano, independientemente del grado de conciencia y desarrollo que tenga, entonces tiene derecho a la protección de la ley.