La distancia que toman los políticos de la ciudadanía es tal, que cada vez es más difícil que ambas partes se entiendan, incluso a veces parece que hablan en lenguajes distintos, y así es en cierta forma. Cuando los ciudadanos piden que los funcionarios electos se comprometan por todo el periodo constitucional, ellos entienden que se refieren a los tres años que van de una elección a otra. Cuando la ciudadanía pide que se acabe la impunidad, los políticos creen que se refieren a que se litigue en los periódicos las corruptelas del adversario; si se pide honestidad, el político entiende creación de plazas de contralor y si se habla de participación ciudadana el político cree que son manifestaciones de apoyo o rechazo. En fin, lo que unos y otros entienden por cada término que se utiliza es diferente, por ello se requiere de candidatos ciudadanos que no pasen por el tamiz contaminante de la burocracia partidista. Cuando un candidato de partido vea a un ciudadano contendiendo por un puesto de elección popular y escuche su discurso, se dará cuenta que habla de cosas que no comprende y necesitará acercarse a los ciudadanos de a pie, no para regalarle banderitas, playeras, cachuchas y mandiles, sino para escuchar la problemática que tienen con el servicio de aseo y limpia, con el agua entubada, con la pavimentación de calles o con los profesionales de la violación de normas conocidos como juniors, ladys, gentlemen o alguna lindeza por el estilo. Los políticos alejados del ciudadano se tienen que acabar, porque de otra manera, los ciudadanos terminarán por expulsarlos del poder, encumbrando a otros que no estén, al menos por ahora, contaminados con la arrogancia que da el poder público y los beneficios que este reporta. El dicho popular “se subió a un ladrillo y se mareó” aplica muy bien en estos casos, que tristemente causan mucho daño a nuestro país.