Etimológicamente los conceptos son contrapuestos, ya que aristocracia se refiere al gobierno de los mejores y democracia al gobierno del pueblo; desgraciadamente lo que hoy se vende como una democracia parece más una demagogia oligárquica, es decir, la perversión de la democracia ejercida por un círculo exclusivo de individuos poderosos. Pero, ¿cómo corregir el rumbo? Desde el siglo pasado los movimientos exitosos de reforma política en diversas naciones, han estado basados en la participación ciudadana, han utilizado las herramientas de la resistencia civil y han tenido un diálogo intenso con el poder político o han contado con el apoyo internacional. Así ocurrió en la India para que alcanzara su independencia con Gandhi, así ocurrió en Sudáfrica para acabar con el Apartheid en un movimiento encabezado por Nelson Mandela, así ocurrió en Polonia con el movimiento Solidaridad encabezado por Lech Walesa y así sucedio en general en todos los países del mundo. En México se tuvo una primavera democrática a finales de los 80’s, con la lucha que encabezó Manuel Clouthier y que desembocó en la alternancia llegado el año 2000; pero desgraciadamente los avances no fueron suficientes, en parte porque el “voto útil” se le dio a unos inútiles, y en gran medida también porque ha faltado que la sociedad que asuma los retos propios de estos tiempos de construcción. Muchos confundieron la alternancia como la meta, cuando en realidad era apenas una de muchas batallas que habría que librar. Hoy que México ve en riesgo su transformación democrática, es oportuno que resurja con fuerza la participación activa y responsable de la sociedad, a través de las organizaciones civiles y a través de los partidos políticos; es tiempo, de que la sociedad imponga la agenda política del país y exija la apertura de las instituciones, pero para ello será necesario que se forme a los mejores líderes, los más generosos, los más preparados.