Nada destruye más efectivamente la confianza que la mentira. Cuando alguien nos miente en la cara y lo descubrimos, terminamos por no creer nada de lo que nos dice, ni de lo que nos ha dicho a través de los años que tengamos de relación, ya sea ésta de negocios, de amistad o de pareja. Por ello, la mentira es intolerable aún más en el ámbito político. Los servidores públicos pueden permaneces como tales en tanto tengan la confianza de la gente. Cuando los ciudadanos no creen más en ellos, simplemente se rompe el vínculo gobernante/gobernado y se empieza a crear una distancia insalvable para la construcción de acuerdos, para la obediencia de las leyes y la construcción de una sociedad digna para todos. Cuando el ciudadano no cree en su gobernante y este sigue en su cargo, se convierte inmediatamente en un dictador, porque para hacerse obedecer necesitará de la fuerza pública y la violencia. Esto les está ocurriendo a Erdogan en Turquía, a Assad en Siria, a Mursi en Egipto y en menor medida a Rousseff en Brasil y a Maduro en Venezuela, pero también en temas focalizados le ha pasado a Obama en Estados Unidos, a Cameron en Gran Bretaña y a Hollande en Francia. La forma en que estos líderes de los países democráticos han logrado salir adelante con esas crisis que han tenido que enfrentar, es arrancando de raíz el problema. Obama impulsó cambios legales que habían sido promesas de campaña, Cameron y Hollande destituyeron a los malos funcionarios que generaron los problemas y también impulsaron nuevas leyes para impedir que continuara creciendo la desconfianza; aún así, esto podrá tener altos costos electorales para ellos. Los otros todavía están metidos en el problema y no se ve una pronta solución. ¿Y en México? no pasa nada. Los funcionarios nos mienten en la cara y nos quedamos tan tranquilos; como sociedad, ya es hora de que maduremos y asumamos nuestra responsabilidad con la verdad.