La semana pasada en la reunión que sostuvo en Irlanda el G8, EEUU no logró el apoyo para enviar armas a los rebeldes, principalmente por tres razones, dos de motivación y una de camino de solución. Las motivaciones eran que los países europeos no estaban seguros de que fuera el régimen de Assad el que hubiera utilizado armas químicas, a pesar de existir evidencia de que si se utilizaron, hay duda sobre si fueron los propios rebeldes o el ejército leal a Assad quien las utilizó; la otra motivación fue aquella noticia en que se supo que rebeldes comían la carne de los enemigos caídos en batalla. Estas dos razones fueron explotadas hábilmente por el presidente Ruso, Vladimir Putin, quien no ha escondido su apoyo a Bashar Al Assad, por lo que Obama regresó con un palmo de narices en cuanto al apoyo de OTAN para asistir a los rebeldes. Adicionalmente se logró un compromiso para establecer una mesa de negociación de paz en Bagdad, lo que pondría fin a los ya casi dos años de guerra en esa nación. Sin embargo en la semana el gobierno norteamericano reveló su intención de iniciar inmediatamente la asistencia logística y armamentista a los rebeldes, curiosamente esta revelación se da cuando se hace público que Putin no entregará a Snowden, quien se encuentra en la zona de trasbordo del aeropuerto de Moscú. Los medios de comunicación incluso han llegado a hablar de remembranzas de la Guerra Fria entre Moscú (antes cabeza de la URSS) y Washington. Ciertamente el tema de Siria trasciende al régimen de Assad, está en juego el control geopolítico de la mayor zona productora de petróleo del mundo, por ello Rusia, en particular Vladimir Putin que no ha olvidado sus raíces comunistas, busca una alianza con China, para evitar el predominio occidental en la zona, al imponer a un títere de EEUU en la presidencia, como ha ocurrido en Irak y Afganistán. Esto todavía no acaba.