Egipto entró hace dos años en un proceso de transición que nació a raíz de la llamada «Primavera Árabe», muchos ciudadanos, especialmente jóvenes, exigiendo libertades democráticas, desarrollo social, humano y económico. Este proceso llevó a la renuncia de Hosni Mubarak, un gobierno interino militar y un proceso electoral del que salió triunfador Mohamed Morsi. Durante el año que gobernó Morsi, proveniente de la Hermandad Musulmana, empezó a legislar con visión teocrática, no en cuanto a su comportamiento y vida personal (aún en lo público) sino como una imposición para todo ciudadano egipcio. Inmediatamente empezó el descontento y las protestas, las cuales se fueron agudizando conforme el gobierno se radicalizaba más en su posición. Estos desatinos propios de una democracia incipiente fueron aprovechados por los enemigos del propio Morsi y de la Hermandad Musulmana, especialmente los militares, quienes no vieron con buenos ojos esta legislación que de paso les restaba gran cantidad de poder, sin pretender saberlo, aparentemente hubo intereses ocultos y mezquinos de otros países (principalmente Israel) que pudieron incluso financiar a la oposición, y entonces se inició el camino de regreso: la junta militar destituyó a Morsi y acaban de nombrar un presidente interino, cercano a Hosni Mubarak, el dictador que por más de 30 años dirigió los destinos del país del Nilo, las manifestaciones a favor del depuesto presidente Morsi han sido violentamente re-primidas e incluso han costado la vida, hasta el momento, a 51 ciudadanos egipcios cuyo único delito fue manifestar su posición política, vienen modificaciones constitucionales, que podrían restituir el poder al ejército y limitar la participación política, y una nueva elección, en la que aparentemente no podrá contender la Hermandad Musulmana. Este es un claro ejemplo de regresión por fracaso de la transición, esperemos que solo ocurra en Egipto.