El sábado hice un viaje a Mazatlán para reunirme con la familia que estaba pasando allá unos días de descanso, tuve la mala fortuna de que el autobús en el que viajaba fuera víctima de un asalto a mano armada. A la altura de la Ley del valle, el autobús, como hace de ordinario, recogió a pasajeros con destino al Puerto, y después de pasar el paso a desnivel de la costerita, tres jóvenes, por lo demás con aspecto bastante normal, entre los 20 y 25 años de edad, portando una ametralladora (no sé si real o de las de juego para Gotcha, pero créame que no estaba dispuesto a averiguarlo) nos despojaron de nuestras pertenencias: dinero, joyas, teléfonos y equipo de cómputo. A la altura de Villa Juárez ordenaron al chofer detener el vehículo y bajaron. Hasta aquí los hechos.
Después del asalto, con los nervios a flor de piel, el autobús se convirtió en una sala de conversaciones, todos hablábamos con todos, intercambiamos opiniones, el sentimiento de la experiencia, alguien mencionó que le parecía conocido tal o cual asaltante, se culpó al chofer por permitir subir a los maleantes, se le exculpó porque otros ciudadanos de bien también habían subido ahí, hablamos de lo bien y lo mal que nos había ido, en fin, nos convertimos, por unos momentos, en una comunidad. Al llegar a Mazatlán hubo invitaciones para reunirse en el Malecón o la Plaza Machado, hasta aquí las impresiones del viaje.
Es lamentable que tenga que ocurrir una desgracia para que los ciudadanos nos hablemos unos a otros, yo me pregunto cual sería la suerte de los criminales si los ciudadanos pudiéramos hablarnos francamente unos a otros, si los lazos de unión fueran más sencillos de desplegar, seguramente podríamos advertirnos con tiempo, llamar a las autoridades o simplemente oponer resistencia (cuando esta fuera posible) a los que nos procuran el mal, y esta es mi opinión.