En su mensaje a los medios de comunicación durante el viaje a Brasil, el papa Francisco habló de la necesidad de buscar los mecanismos ´para integrar a los jóvenes en la economía actual, ya que se corre el riesgo de tener una generación entera que nunca ha trabajado, pero al mismo tiempo señaló la importancia de eliminar la cultura de discriminación o rechazo a los ancianos, quienes hoy en día son vistos como una carga en una sociedad valorada por su capacidad productiva. Sin duda el llamado del santo Padre representa un reto para la clase política y empresarial de todo el mundo, donde la productividad es vista como la clave al ritmo de la cual la sociedad entera debe rendirse. Aunque sin duda desde el punto de vista económico las empresas requieren de esa productividad, las comunidades humanas requieren muchas cosas más que solo la producción económica, y en ella, la sociedad, deben tener un papel muy importante que desempeñar nuestros ancianos, y quizá precisamente al lado de los jóvenes, quienes menos tienen, excepto capacidad para aprender y desarrollar nuevas ideas y nuevas formas de comprender el mundo. En tanto la economía siga siendo vista como el aspecto más importante en la sociedad, más difícil será superar los retos que esa misma sociedad hoy plantea. Aislar a los jóvenes y rechazar a los ancianos, haciendo crecer el fenómeno de los ninis o arrinconando a los mayores en centros de atención, no logrará que las comunidades crezcan en sabiduría, integración, familia e incluso riqueza. Crear una generación sin esperanza, como arrebatársela a quienes precedieron la realidad que hoy vivimos en la sociedad haciéndola posible es, además, una injusticia. No habrá gobernabilidad, ni paz, ni crecimiento armónico de la sociedad si no se logra incluir en ésta a los jóvenes y a los ancianos.