La política en México no fue creada para servir a la ciudadanía. Fue creada para preservar las parcelas de poder de las élites. Fue institucionalizada para permitir la rotación de camarillas. Fue erigida para recompensar la lealtad. Fue concebida para proteger a los dueños y a los productores a costa de los consumidores. Fue construida para empoderar a los de arriba y mantener callados a los de abajo. Y poco a poco se convirtió en una kleptocracia rotativa que la democracia ha hecho poco para desmantelar. De allí su disfuncionalidad. De allí su rapacidad. De allí su opacidad. De allí su discrecionalidad. De allí que hoy la clase política se comporte como se comporta. No sabe ni necesita hacerlo de otra manera. No paga un precio por ignorar a la ciudadanía de cuyo bolsillo vive. Pero en México, frente a élites intocables hay ciudadanos tolerantes. Ciudadanos resignados. Ciudadanos que ven que los políticos toman lo que no es suyo y deciden hacerlo también. Ciudadanos que contemplan la conducta de la clase política y deciden emularla. Ciudadanos que se resignan frente a los bonos navideños, frente a los cruceros magisteriales, frente a los impuestos no cobrados, frente a las tarifas de las telecomunicaciones, frente a los terrores de la telefonía celular, frente a la anarquía del aeropuerto, frente a la inseguridad, frente a los muertos. Ciudadanos que deberían ser menos tolerantes pero no saben cómo; que deberían organizarse pero no saben para qué; que deberían exigir más pero no saben a quién. Por eso no sorprende la violencia injustificable ni la frustración latente. Quienes tienen y ejercen el poder en México están más preocupados por mantener su franquicia, que por servir a la población. Están más interesados en otorgarse bonos por su desempeño, que en el desempeño mismo. Están más empeñados en preservar los privilegios que les otorga una democracia descompuesta, que en hacer lo necesario por arreglarla. Y se comportan así porque no hay nada ni nadie que los detenga, que los cuestione, que los pare, que los sancione, que los castigue. Se comportan así porque pueden. Y no hay Chapulín Colorado que lo cambie, solo ciudadanos.