En 2012 se realizaron elecciones en Egipto, en la primera vuelta participaron 5 candidatos, el que obtuvo mayor cantidad de votos, Mohamed Mursi, tuvo poco menos de 5 millones 765 mil votos, el segundo lugar, Ahmed Shafik, cercano al depuesto Hosni Mubarak, poco más de 5 millones 500 mil. En segunda vuelta solo se enfrentaron ellos dos y Mursi volvió a ganar, con más de 13 millones de votos, pero con una diferencia de poco menos de 900 mil sobre su competidor.
En sus primeros actos de gobierno quiso disminuir la fuerza de la junta militar, pero no lo consiguió, y después decidió ignorarla, lo que resultó un error fatal que desembocó en su derrocamiento en julio pasado. Los militares tomaron la decisión de derrocar a Mursi basados en la manifestación de más de dos millones de egipcios inconformes con la política establecida por Mursi, pero estos apenas representan el 15% de los que lo eligieron o el 16% de los que votaron en su contra. Menos del 7% de los que decidieron salir a votar un año antes.
Si bien Mursi impulsó una política de concentración del poder, esta buscaba quitárselo a los militares cercanos a Mubarak en la dictadura. Quizá en occidente nos parece que Mursi cometió un error al impulsar una legislación con fundamento islámico, pero en realidad 90% de los egipcios son islamistas suníes y solo 9% católicos coptos, pero esa legislación basada en la sharia no era impuesta como un dogma de fe, sino como reglas de conducta moral en la vida social, por lo que no es censurable.
Lo que ha ocurrido es que los militares han azuzado a ciertos sectores de la sociedad y han difundido estos descontentos en el mundo para justificar su acción regresiva en contra de un proceso democratizador en Egipto, lo que ahora lleva a esa nación al borde de una guerra civil.