Al escuchar la palabra educación normalmente asumimos que se habla de la escuela y las políticas públicas encaminadas a la preparación de los estudiantes, sin embargo cuando la usamos suele ser para referirnos al modo en que se comportan ciertas personas de las que se está hablando, ya sean nuestros hijos, vecinos o conocidos.
Esto es porque la educación tiene dos acepciones, una que se refiere a la preparación técnica, científica y de conocimientos generales que empleamos en la vida laboral, y otra que es de carácter formativo y que utilizamos de manera cotidiana en nuestras relaciones con los demás.
Así, un profesionista exitoso puede tener una educación de excelencia y gran calidad que le permite desempeñarse de manera sobresaliente en su trabajo, pero ese mismo profesionista podría ser un vecino mal educado que nos estaciona su vehículo en la puerta, no saluda a los presentes cuando llega y es irrespetuoso en su trato con las otras personas.
Hoy en día, cuando se habla de calidad educativa, solemos referirnos a los procesos de aprendizaje escolarizados que nos permiten tener ese bagaje de conocimientos que emplearemos en nuestra vida profesional, como padres de familia exigimos que a nuestros hijos se les impartan contenidos de alta calidad académica que les ayude a ingresar a tal o cual universidad y esperamos que los universitarios la obtengan para conseguir un buen empleo, pero ¿y la calidad humana que también es parte de la educación?
En esta, los padres somos los primeros formadores, enseñamos a nuestros hijos valores y principios por los cuales regirse, aún sin saberlo, somos sus más importantes maestros. Ellos imitan nuestra manera de proceder.
Desgraciadamente, el hipotético profesionista que mencionábamos más arriba, no podrá ser verdaderamente exitoso en su vida sin una adecuada educación integral. A pesar de que tenga un excelente desempeño, si no tiene principios y valores sólidos que pueda ejercer de manera virtuosa, terminará por enfadar a sus jefes, molestar a sus compañeros o engañar a sus clientes.
Para que nuestros hijos tengan éxito en la vida, debemos dejar de comportarnos como sus amigos, compañeros y compadres, y empezar a sur PADRES.
Los padres no lo somos por el simple hecho de engendrar, lo somos, fundamentalmente, porque les enseñamos a caminar por la vida con claridad en las metas que deben alcanzar, responsabilidad en las acciones que emprenden y caridad en el trato con los demás, si no enseñamos eso a nuestros hijos, estos terminarán por despreciar la amistad que les brindamos. Nuestros hijos encuentran muchos amigos en el colegio, los deportes, clubes e incluso en la calle, pero padres solo tienen los que los trajeron al mundo, por ello es necesario que asumamos esa responsabilidad y la cumplamos con calidad. Después de eso, podremos exigirles a los maestros.