En un artículo recientemente publicado en El País, Mario Vargas Llosa hace una revisión del libro Civilización: Occidente y el resto de Niall Ferguson. Según Vargas Llosa, lo que plantea Ferguson es que “seis son, según el profesor de Harvard, las razones que instauraron aquel predominio: la competencia que atizó la fragmentación de Europa en tantos países independientes; la revolución científica, pues todos los grandes logros en matemáticas, astronomía, física, química y biología a partir del siglo XVII fueron europeos; el imperio de la ley y el gobierno representativo basado en el derecho de propiedad surgido en el mundo anglosajón; la medicina moderna y su prodigioso avance en Europa y Estados Unidos; la sociedad de consumo y la irresistible demanda de bienes que aceleró de manera vertiginosa el desarrollo industrial, y, sobre todo, la ética del trabajo que, tal como lo describió Max Weber, dio al capitalismo en el ámbito protestante unas normas severas, estables y eficientes que combinaban el tesón, la disciplina y la austeridad con el ahorro, la práctica religiosa y el ejercicio de la libertad”. Después de hacer un análisis del libro y su contribución, señala que el autor olvidó una cosa: la capacidad autocrítica de occidente, lo que le da fuelle para rato. En lo personal no puedo estar de acuerdo con ninguno de los dos: la grandeza de occidente tiene su raíz en el pensamiento aristotélico-tomista. Este modelo de pensamiento da claridad en la interpretación de la realidad, y con una clara interpretación de esta se puede construir un mejor mundo para el ser humano- hijo de Dios. La reforma protestante, tan elogiada por Ferguson, lleva en su seno la simiente de la codicia que hoy está acabando con el sistema capitalista, en tanto que el exceso de crítica a lo que funciona bien, está destruyendo la sociedad. Occidente tiene futuro, pero solo volviendo a sus raíces de pensamiento lógico.